El 2008 en novelas

Por Santiago Legarre.

Comencé el año pasado a dos puntas, algo que no suelo hacer: por la noche, Tortilla Flat, de John Steinbeck. Libro liviano, si los hay. Puro entretenimiento. Ideal para lectura nocturna breve, pues cada capítulo es una historia nueva. Durante el día, La Regenta, de Leopoldo Alas, más conocido como Clarín. Casi 1000 páginas de un castellano magistral; la mejor puntuación que haya leído. Libro denso y difícil, apto para unos pocos, muy interesados en entender lo peor de la psicología humana, mientras que toman gratis, simultáneamente, lecciones de escritura en la lengua materna.

Al volver de las vacaciones, volví al inglés con Jane Eyre, de Charlotte Brontë. Esta fue la novela más positiva que leí en el año… y en mi vida. La que más recomendaría a cualquiera sin dudarlo un instante. La que más me emocionó y la que más me gustaría que influyera en mi propia vida. Es un tratado sobre la relación entre el corazón y la cabeza en la toma de decisiones, escondido en una historia de amor capaz de atrapar a cualquiera que no haya sido antes atrapado para siempre por el cinismo.

De regreso al castellano, regresé a las piezas cortas con Pepita Jiménez, de Juan Valera. Un libro revolucionario, verdadero puñal en el pecho de todo aquel que haya asumido un compromiso de por vida, empuñado por quien es considerado el mejor prosista en la lengua de Cervantes por una de las autoridades más despreciables en materia literaria: Wikipedia ––pero, ¿quién no acierta cada tanto?––.

Y entonces, al volcarme por primera vez a los rusos ––los rusos: una asignatura pendiente–– tuve que decidir en qué lengua leerlos, vista la imposibilidad lamentable de  hacerlo en el original. Opté por la antigua traducción al inglés de Constance Garnett de Los Hermanos Karamazov, de Fedor Dostoievski. La novela (otro “1000 páginas”) está plagada de digresiones ensayísticas de tono psicológico, mucho más positivas que las de Clarín, acaso por estar ostensiblemente transidas de Cristianismo. Su lectura fue otro de los puntos altos de un año muy alto en materia de libros. Sus enseñanzas todavía me acompañan en las situaciones más variadas ––frases inolvidables como “Todos somos responsables por todos” o “Todo pasa, sólo la verdad permanece”––; su trama, aunque lenta a más no poder, es un tobogán que envuelve al lector en una caída constante e irresistible.

Vuelta al castellano, de la mano de otro de los maestros del siglo XIX español, Benito Pérez Galdós. Su Fortunata y Jacinta es tan largo (1000 páginas nuevamente) como atrapante. Destila humanidad a cada paso y, al igual que la humanidad, no ofrece una moraleja. Su autor es el maestro de los sentimientos y un eximio forjador de personajes.

The Prime of Miss Jean Brodie, de Muriel Spark, es un libro subversivo. La autora ––conversa al catolicismo, bajo la égida de Waugh y Greene–– destila al mismo tiempo ironía, cinismo y algo de fe. Su propuesta de modelo educativo constituye un desafío para todo el que alguna vez se haya puesto al frente de un aula. La prosa merece un comentario aparte y justifica la conocida inclusión de Muriel entre las maestras de la lengua inglesa.

Entonces llegó a mis manos el primer libro del año escrito por un autor vivo, el afamado Ian McEwan. Leí su última producción, On Chesil Beach, una obra cortita, de lectura fácil y rápida. Es una revulsiva reflexión sobre las costumbres sexuales anteriores a la revolución cultural de los años 60. Nada que perder.

Rayuela fue una especie de Himalaya: gran cumbre del año, a cambio de un esfuerzo que pagó con creces. Ingenio, profundidad, códigos culturales hoy vigentes; sumados a una manera de escribir que me dejó tan pasmado como ávido de emulación. La lectura irrefrenable del libro de Cortázar se transformó en una especie de voz interior engatusadora,  que me acompañaba a todos lados. La Maga pasó a ser, por unas semanas, una compañera infaltable.

Giro al italiano con Ascolta la mia voce, la secuela de Susanna Tamaro a su best seller Va’ dove ti porta il cuore. La nueva novela recuerda más a las tristes páginas de Anima mundi, sin embargo, que a su exitosa predecesora. Vale la pena, pero hay que estar dispuesto a sufrir…

Y entonces llegó el turno de Vladimir Nobokov y su Lolita, en su versión original inglesa. Prosa envolvente, estética de alto vuelo, crítica social estadounidense y una moraleja fuerte: cuando la carne se sale de madre, no hay quien la pare (y, para prevenir posibles malas interpretaciones, aclaro que no me refiero a la carne del profesor Humbert ––de por sí corrupta–– sino a la de su pseudo-hija).

Había que leer algo de Evelyn antes de terminar el año, así que agarré uno de los pocos que me quedaban pendientes: su primera novela, Decline and Fall. Si alguien puede escribir así su primer libro sin duda es un grande. Y pocas veces me reí tanto (aunque de los graciosos de Waugh mi favorito sigue siendo Scoop, que además es lejos el más simple, por no decir el único simple).

No había pensado que leería dos libros de un mismo autor en un mismo año, pero me equivoqué. Invitado por la necesidad de pescar libros para mi Taller de Escritura de la UCA, agarré El único hijo, de Clarín. Otra vez: ¡qué bien escrito! Pero cuando llegué al final me quería morir. Un libro no puede terminar como si fuera a haber un segundo volumen que no existe… La segunda reincidencia fue culpa de la curiosidad y de la capacidad de enganche de Muriel Spark. En un Barnes & Noble de Washington mis manos se posaron en The Finishing School, y cuando vi en la contratapa que había sido su último libro no pude evitarlo. Buena lectura de avión pero no mucho más. Aunque le debo para siempre la idea de dar una clase Comme il faut.

Hasta el próximo año…

Santiago Legarre (41)
Profesor
salegarre@yahoo.com