Todas las almas, de Javier Marías

Por Estefanía Servian.

Todas las almas es una de las grandes novelas del escritor español Javier Marías. Publicada en 1989, relata la agitada —y a su vez, tranquila— vida de un profesor, supuestamente oriundo de España, en la ciudad de Oxford. Narra su propia historia un desconocido que jamás revela su identidad. Pretende una complicidad con el lector que se hace difícil al ocultar su nombre, sus verdaderos intereses, su vida real… Parece ser uno; posiblemente sea otro. No le importa cómo se ve, pero… ¿por qué habría de importarle? Él se conforma con contar aquello que quiere que sea escuchado (o leído, mejor dicho). Podría decirse que practica una moral dudosa, por no decir que no practica ninguna. Cuesta entender a ese tipo de personas. Me cuesta. Quizá sea por creer que sigo mis propias normas morales al pie de la letra, lo que me genera un cierto rechazo ante el actuar del señor sin nombre.

Es de perturbación, el estado de su espíritu en Oxford. Él mismo lo explica sin dejar lugar a dudas:

“[…] Ya no estoy perturbado, aunque mi perturbación de entonces no fuera gran cosa, fue leve y pasajera y articulada y lógica, como ya he dicho, una de esas perturbaciones que no nos impiden seguir trabajando, ni conducirnos de manera sensata, ni ser formales, ni tratar con las demás personas como si no nos sucediera nada; una de esas perturbaciones que seguramente pasan inadvertidas para todo el mundo menos para el que la siente…”(1).

Esa perturbación es el motor de su obrar en la ciudad “del no hacer”, según sus propias palabras. Inventa preocupaciones como pasatiempo en una vida en la cual nunca pasa nada. Necesita alguien en quién pensar y lo encuentra en una mujer casada con ojos tristes. Tal vez sea eso mismo lo que le atrae de ella: esa mirada perdida, triste… esa perturbación compartida. ¿Qué mejor para un sufrido que otro sufrido? Se refiere a ella como “el amor”, sabiendo en su interior que de amorosa esa relación no tiene nada. Existen momentos en los que una persona está mal y se rodea de gente incorrecta. Ése es su caso. Parece querer destruirse con cada acto y se apega a aquella triste mujer sin pensarlo. Un amor de verdad es lo que necesita, uno que lo cure, como le pasa —al encontrarlo— al resto de las personas. Reunirse con gente afín y quererla infinitamente. Aunque su elección es un completo error: la adúltera mujer callada que jamás dejará a su marido. Él siente que la usa y su ego aumenta. Pierde el interés por las cosas, los valores se le trastocan y quiere más lo que vale menos, y menos, lo que vale más. Un masoquismo inentendible que disfruta. Lo único que no le quita el sueño es el dinero. Resulta coherente la relación que tiene con éste, del cual habla sin obsesionarse. Lo ve de la mejor manera que puede ser visto: como un medio para procurarse bienes, nunca un fin en sí mismo. A las tantas obsesiones que tiene, le falta la devoción por el dinero y… ¡pobre hombre!

Respetuoso de las formas, conoce la manera en que debe actuar y se adapta a la vida de ese lugar —Oxford— a la perfección: sabe qué decir, qué hacer y dónde decirlo o hacerlo para pertenecer. A pesar de ello, su pertenencia no es total y lo sabe; quizás por su falta de entrega para con las personas que va conociendo. Sin llegar a comprender el sentido de entrega hacia los demás, da su cuerpo a las mujeres; sin entender que lo que vale es desnudar el alma, que se vislumbre nuestra esencia, permitiendo ver lo que verdaderamente somos. Esa apariencia de respeto es vacía, no tiene consecuencias beneficiosas. El que finge que respeta no lo hace: pierde su tiempo y esfuerzo dando una imagen que, siendo honesta, no creo que le importe a nadie. A diferencia del pensamiento que considero correcto, él simula un respeto inexistente. No respeta a las mujeres cuando pasa sus noches con ellas; no respeta a “la” mujer (Clare), porque la usa; no respeta a su marido (de ella), a quien conoce y con quien habla a diario (tampoco le importa, ya que no son amigos). Mantiene la calma ante el adulterio que consiente. Es el tercero de la historia aunque se cree protagonista. Sin embargo, luciendo despreocupado e inmoral —y fingiendo no importarle en lo más mínimo lo que están haciendo— le inventa mentiras a su amante casada para que se las cuente al marido y éste no sospeche. Busca evitar las habladurías de esa ciudad que, al igual que él, finge no importarle nada, pero se especializa en el chisme. Si estuviera seguro de sus actos, debería dejarlos hablar, ya que las acciones hablan por sí solas. A la gente le encanta emitir opinión sobre la vida de los demás, pero por exclusivos problemas propios. El narrador piensa y piensa en lo que hace: ¿será que sabe que su actuar no es correcto y por eso no puede dejar de pensar en sus actos? Su actitud se asemeja más a la de quien se siente culpable que a la de un despreocupado de la vida. En mi caso, evito hacer cosas que me hagan sentir culpable; a diferencia de aquellas personas que, conscientes de su actuar reprochable, tratan de redimirse sobre la marcha. Es un límite interesante la culpa; el personaje creado por Javier Marías lo traspasa siempre.

Con un dejo de soberbia, le alegra que sus ojos no tengan, al mirar, el velo que sí cubre a los de las personas de Londres, que miran como quien esconde algo y desea no ser descubierto; ocultan emociones, queriendo guardar, tras sus miradas, lo que no quieren que observe nadie más que ellos. En cambio, la mirada de él es directa, la de quien mira al frente y dice con sus ojos más que con las palabras que puedan salir de su boca. Pura apariencia. Sus ojos tienen esa forma de mirar por una cuestión que él le adjudica a su cultura y que usa a su antojo para observar sin descaro lo que quiere. No es una actitud criticable, más si él reconoce que su mirada no es “limpia” (en el sentido de sincera). Es extraño encontrar personas cuya mirada exprese realmente sus sentimientos. Aun así, trato de que, al mirar, se aprecie la clase de persona que soy. No hay nada mejor que una mirada sincera: resulta una especie de parámetro de confianza; se puede conocer a los demás a través de sus ojos. Al que mira de ese modo le creo aunque no diga nada; el que no, puede estar diciendo las cosas más bonitas durante miles de horas y jamás logrará convencerme. Tan raro le parece al señor sin nombre lo que él llama “la mirada limpia” que se la adjudica solamente a Will, aquel conserje que vive en la época que se le ocurre, dependiendo el día en que se levante: solo en el cuerpo de un loco halla él la pureza máxima.

Encuentra en Cromer-Blake, aquel profesor unos años mayor, esa confianza, ese punto de apoyo en ese país lejano al suyo que aún no ha logrado comprender del todo. Como tampoco lo comprende a él (a Cromer-Blake), pero eso no ha sido un impedimento para admirarlo tanto e ir construyendo, con el tiempo, esa relación paterno-filial que los une. Algo hay de cierto en eso: ¿desde cuándo hay motivos concretos para admirar y confiar en alguien? En determinadas oportunidades, los vínculos con la gente simplemente “se dan” y uno toma como modelo a esa persona que se elige, a veces incluso sin pensarlo. Lo curioso en el vínculo de ambos es que, por lo general, uno admira a otro por las cosas que ve buenas en él, que quiere imitar, que le agradan. No es su caso. Ellos se hallan increíblemente unidos por las miserias que comparten: los une el espanto. “El español” —de este modo suele referirse a sí mismo— corre a contarle todo lo que le pasa, no porque sean amigos (aunque esa es la razón por la que cree que lo hace), sino porque los ojos de Cromer-Blake esconden tantas cosas que jamás podrían convertirse en jueces de aquellos actos que, comparados con los suyos, tampoco deben ser tan malos.

“El español” dice:
“[…][E]s con los amigos con quienes se pone a prueba la capacidad de elocuencia antes de las verdaderas pruebas, y a quienes se hace partícipes previos de los proyectos en los que no se confía (para que amortigüen su fracaso), y de quienes se espera el aliento y respuesta que deseamos escuchar más tarde, cuando va de veras, y que quizá no oigamos”(2).

Un concepto de amistad lo suficientemente fuerte como para pensar que es un hombre que desconoce el término. Lo que no tiene, claro está, es amigos. Palabras más, palabras menos; cualquier persona sería capaz de responder de ese modo si es preguntado sobre el tema. No creo que alguien tenga un pensamiento muy distinto de la amistad. La mayoría de las personas piensa que un amigo es quien escucha, alienta, cuida y consuela cuando estás pasando un mal momento. Así y todo, teniendo un pensamiento tan claro y concreto, sólo queda pensar que no ha tenido un solo amigo en su paso por la ciudad de Oxford. No es sincero al hablar con nadie, ni siquiera con Cromer-Blake. Se guarda lo que piensa y piensa demasiado. Es valioso que utilice tanto su cerebro, el problema surge porque sus pensamientos lo dominan y están plagados de horror. Los que lo acompañan desconocen sus perturbaciones, no comparten las búsquedas de libros antiguos por las calles de la ciudad, ni siquiera saben de los lugares que visita (hasta sale sin compañía a “divertirse” en un oscuro boliche). No. Este señor no tiene amigos. El valor “amistad” lo conoce sin practicarlo. Por supuesto que no queremos un amigo para que nos siga a sol y a sombra, pero sí uno que desnude su alma y se convierta en partícipe de nuestra vida cuando le contamos aquellas cosas que los demás no saben de nosotros.

Ante la muerte de esos amigos que tenía, reacciona de forma especial. La única que parece dolerle —y no tanto— es la de Cromer-Blake: su guía, su padre y madre en Inglaterra. El vínculo especial que los acercó en la Universidad parece no haber quedado más que allí. Solo un recuerdo. No luce como quien pierde a un ser tan querido; piensa en él, pero no se aflige. Y eso que “su guía” le dejó su más preciado tesoro: sus diarios (en realidad, con ellos dejó sus pensamientos y sus miedos). Hombre difícil de entender este señor que dice ser español. Para quienes perdimos amigos muy queridos no hace mucho tiempo, resulta poco comprensible la falta de angustia que demuestra. Habla de ellos porque siente que debe hacerlo por haber sido parte de su estadía en aquella Universidad en ese período lejano de su vida. No lo mueve esa mezcla de amor y dolor por la pérdida, como sí nos sucede a quienes extrañamos a una mejor amiga perdida y sentimos que revive al recordarla.

Todos tenemos momentos en que “caemos” a la realidad. Comprendemos cosas, se vuelve patente algo que parecía confuso, oscuro, desconocido. Y es terrible. Se viene el mundo abajo, pero nos levantamos. Es extraño que este hombre, hallándose tan perturbado, se dé cuenta de esto. En un instante, al ver a su amante, y al padre e hijo de ésta, comprende que él no tiene nada. No solo no tiene nada, sino que en ese período en la Universidad tampoco lo había construido. Sus vínculos son endebles; no cosechó amor. Se dio cuenta de que no era feliz, que no disfrutaba de la vida. Se encontró obsesionado. Pese a que todos tenemos momentos malos, hay que saber volver atrás, buscar el eje y salir adelante. La frase que él usó para definir la situación es muy acertada: “sensación de descenso”. Y él cayó. Personalmente considero que cuando uno está “cayendo” —por decirlo de alguna manera— debe recurrir a quienes más quiere, que son los que ayudan a levantarse. Desgraciadamente, él no tenía a quién recurrir. Ni siquiera a Dios, al estar la religión ausente en su vida.

No se puede ser bueno con los queridos y vil con los enemigos. Se es bueno o malo. Y punto. Se requiere de la virtud de la templanza en la medida justa para conseguir el equilibrio que permita vivir en paz. El narrador tuvo la fortaleza para cambiar de vida (casi radicalmente) y la templanza para sostenerla (o, al menos, eso parece). ¡Hay tantas maneras de vivir! Estoy muy de acuerdo con la idea de que la vida sigue, aun a pesar de nosotros mismos. Y que esa vida, acompañada de ciertas normas morales, se vive mejor (sobre todo si estamos viviendo desastrosamente).

(1) Javier Marías, Todas las almas, Editorial Debolsillo, Buenos Aires, 2007, p. 213.

(2) Ibídem, p. 179.

Estefanía Servian (22)
Estudiante de abogacía
estefiservian@hotmail.com