Por Sergio Oscar Vieiro.
El presente ensayo tiene por objetivo exponer algunas ideas que me han surgido con relación a la educación de los niños, a partir de la lectura de la obra Cinco panes de cebada, cuya autora es Lucía Baquedano. No se trata de un intento de descripción exhaustiva del texto, ni tampoco se procura analizar en profundidad la problemática de la enseñanza a los niños.
En primer lugar, me gustaría realizar una breve aclaración acerca del título que opté por dar al ensayo, cuyo nacimiento está directamente relacionado con dos situaciones fácticas, independientes entre sí. La lluvia y el mal clima, como actores no invitados de un campamento con amigos efectuado en Baradero, fueron partícipes de la lectura rápida y en soledad de la obra de Lucía Baquedano. La consigna dada por el profesor para la redacción del ensayo había quedado en Buenos Aires, esperando ser acatada mediante su articulación con la lectura, sin mayor éxito. Cuando se produjo finalmente el reencuentro con esa consigna olvidada, yo ya había completado la lectura de Cinco panes de cebada, por lo que mis ideas al respecto ya se encontraban imbuidas de pensamientos particulares. Así es que me sorprendí con la indicación de No vale la pena dedicarse tanto a los chicos y decidí, en una suerte de truco gramatical, transformar la afirmación en interrogación.
La novela relatada por Lucía Baquedano se sitúa en un pequeño pueblo de España llamado Beirechea. La protagonista, Muriel, narra su propia historia, que consiste en un viaje al mencionado pueblo en virtud de su designación como maestra del colegio local. En un primer momento, es muy grande su decepción y tristeza ya que ella soñaba con una escuela en una ciudad moderna, en donde pudiera aplicar sus conocimientos sin necesidad de preocuparse por temas extra. Me permito suponer que ella imaginaba que, habiendo sido una alumna tan prodigiosa y habiendo obtenido calificaciones tan destacables, el premio vendría dado por la designación en una gran escuela, en una gran ciudad. Esto, sin embargo, va cambiando a medida que transcurren los meses de Muriel en Beirechea. Una virtud de la historia es, justamente, que, al lector, resulta bastante claro el proceso de maduración de la protagonista y cuáles son las razones que la llevan, poco a poco, a terminar amando la escuela, los alumnos y todo el pueblo.
Creo que es necesario profundizar acerca de la relación que en la novela genera Muriel con los “escolanos” y, en especial, con Teresa Iparraguirre, atento a que es esta la cuestión que dará pie a desarrollar el tema del presente ensayo. Muriel, a partir de diversas charlas con el cura de Beirechea y la vivencia de distintas experiencias, entiende que tiene una función en el pueblo. Que su estadía no es casual y que debe hacer frente a esa responsabilidad. Se topa rápidamente con el conservadurismo propio de todos los beirechetarras, que les impide crecer y evolucionar. Esto tiene consecuencias muy claras y directas en la vida de los chicos del pueblo, especialmente en lo que respecta a su educación, su inserción laboral y sus perspectivas de desarrollo en miras a su adultez. A partir del análisis de esta situación, que no es del agrado de Muriel, la protagonista de la historia decide tomar las riendas del asunto. Y es aquí donde se inician los conflictos internos de conciencia de Muriel y externos para con el resto del pueblo y hasta con su propia familia. Estos enfrentamientos son los que dan pie a la pregunta “¿Vale la pena dedicarse tanto a los chicos?”. En el final de la novela se observa una clara inclinación por parte de Muriel hacia la opción afirmativa. La protagonista termina enfrentando, no sin ayuda de terceros, al padre de Teresa Iparraguirre. Y tal es el mensaje de la autora del libro que lo que parecía una misión imposible (vale citar las palabras de Joaquín Iparraguire, padre de Teresa: “Nosotros somos pobres y estas saben que no pueden pretender estudios […] no le llene usted la cabeza con sueños locos, que ya tiene edad de trabajar y la madre la necesita”), termina con final feliz: la niña puede continuar sus estudios pasados los 14 años de edad. Y no es menor el cambio que también logra en el propio Joaquín, quien acepta trabajar su propio campo en conjunto con Javier Arive.
Volviendo al tema del ensayo, es decir, el interrogante acerca de la validez del esfuerzo de dedicación a los chicos, expondré algunos argumentos a favor de la afirmativa y otros argumentos a favor de la negativa, más allá de la posición que, en mi opinión, ya ha tomado Lucía Baquedano en su novela.
En primer lugar, como argumentos a favor de la afirmativa, debo decir que en el caso de Beirechea realmente representaba un desafío demasiado grande brindar la dedicación que Muriel dio a los chicos. Esto se debe a que toda sociedad está regida por un segmento propio, que es modelo para el resto de la sociedad y que es capaz, mediante su ejemplo, de imponer costumbres, modas y formas de pensar. La idiosincrasia de una sociedad está fuertemente influida por ese grupo. En el caso de Beirechea no me caben dudas de que este segmento era el de los hombres de mediana edad. La adolescencia (entiendo yo como tal aquella etapa en la que un joven se revela ante los valores establecidos por la “autoridad”) era una etapa que los niños beirechetarras debían saltear, debido a las necesidades económicas de las familias, que los llevaban a trabajar el campo desde muy jóvenes. De esta forma, todos aquellos pensamientos que se encontraban fuertemente arraigados en la sociedad de Beirechea nunca sufrían un real cuestionamiento, ni siquiera en pequeños casos o para pequeños temas. ¿De qué otra forma puede entonces, lograrse cambios en una sociedad como la mencionada si no es a través de las generaciones venideras?
En segundo lugar, y también siendo posible una clara aplicación al caso de Beirechea, las posibilidades de éxito que se tienen al dedicarse a los chicos son muchísimo mayores que una dedicación a sujetos con un arraigo más fuerte de ideas. De más está explicar el carácter influenciable que presentan los niños. Para ellos, ciertas personas de su entorno adulto pueden representar un modelo muy importante. De esta forma, el chico puede adquirir no solo conocimientos sino también valores éticos, situación que no es fácilmente replicable con adultos mayores, a quienes su orgullo les impide, en la gran mayoría de las ocasiones, aceptar que pueden seguir recibiendo educación a su edad.
El tercer argumento corre totalmente por mi cuenta. Diversas corrientes psicológicas han explicado acabadamente que la conformación de la personalidad de los hombres se produce con gran fuerza durante la niñez. Yo no alcanzo ni he pretendido alcanzar, por el momento, ese rigor científico que caracteriza a los psicólogos con relación a este tema. No obstante, y apoyándome en tales circunstancias, yo creo que el impacto individual que una persona puede lograr al dedicar tiempo a los chicos es de un nivel altísimo. Y esto no es solo por el hecho de que, a partir del citado impacto, este futuro adulto tendrá conocimientos, ideas, actitudes o simplemente valores que no habría tenido de no haber recibido el empeño otorgado, sino que, además, cuando esa persona crezca, puede seguir aumentando la red de impacto y compartir las enseñanzas recibidas. De esta forma se crea una espiral positiva de dedicación, que es muy provechosa para la sociedad.
Es muy evidente que el grado de esfuerzo a la hora de dedicarse a los chicos depende en gran medida de la función que una persona cumple. Muriel representa a un grupo muy amplio de la sociedad: la fuerza educadora. Aquella persona que, ya sea por vocación o por cualquier otro motivo, elige libremente dedicar su vida a la enseñanza, a la recreación o al cuidado de los niños, tiene una responsabilidad mayor en torno a nuestro interrogante. Sería impensable imaginar a alguien que no valore la educación de los niños como estandarte fundamental de una sociedad y que haya egresado del magisterio; o una pediatra que se moleste a menudo al tratar con chicos de poca edad. Este argumento “intermedio” tiene por objeto dejar en claro que no existe una única respuesta al interrogante planteado y que la dedicación que una persona brinda a los chicos puede y debe variar, según la función que cada integrante de la sociedad cumple en ella.
Como argumento contrario, en primer lugar, se podría decir lo siguiente: al dedicarse a los chicos, una persona intenta llenarlos de ciertos conocimientos o de ciertos valores. En especial, en lo que respecta a los conocimientos, es fácil advertir que el esfuerzo puede llegar a ser en vano, si tenemos en cuenta que el chico puede crecer y, con absoluta libertad, decidir tomar un rumbo en la vida que se aparte totalmente de los conocimientos adquiridos. La misma Muriel era perfectamente conciente de esta situación y convivía con ella. Aun en este caso, ella pensaba que determinados conocimientos podrían servir a los chicos si se dedicaban a la vida rural. Sin embargo, hay gran cantidad de situaciones en las cuales el conocimiento que se transmite tiene una utilidad recortada, y en estos casos puede válidamente decirse que no vale la pena dedicarse tanto a los chicos, hasta tanto no tengan una edad suficiente para auto determinarse en relación con su futuro.
El segundo argumento que voy a presentar se puede enmarcar en la responsabilidad que se les confiere a aquellos adultos que forman parte de la familia de los chicos. Podría argumentarse, con bastante atino, que les compete a los padres de cada niño brindarle una correspondiente dedicación que le permita un desarrollo próspero. Este argumento puede entrar en conflicto con (o ser respondido por) el tercer argumento que presenté a favor de la afirmativa. La especialización es un movimiento propio del desarrollo de la sociedad. Y si bien la educación de los chicos es competencia en primer lugar (en todos los casos) del seno familiar, está claro que su especialización, como servicio o función que se brinda a la sociedad puede ser otra, y que también pueden existir otras personas con una función social dirigida a la complementación de la educación de los chicos, aunque no de la propia familia.
Por último, puede llamarse a mi tercer argumento “argumento egoísta”, ya que de alguna u otra forma se centra únicamente en los intereses del sujeto que debe responder el interrogante que estoy analizando para su caso particular, en virtud del provecho que a él le conferirá o confirió su acción. Legítimamente una persona podría decir “¿por qué he dedicarme a los chicos?” o “¿quién se ha dedicado a mí en su momento?” (especialmente cuando la respuesta es “nadie” o “solo mi familia”) o, por último, “si yo ahora me dedico a los chicos, ¿quién se va a ocupar de mis intereses actuales?”. Es de público y notorio conocimiento que, en la gran amplitud de los casos, dedicarse con cierto esfuerzo a los chicos genera un gran número de obligaciones y responsabilidades. Y no es menos verdad que, en ocasiones, estas obligaciones pueden llegar a ser conflictivas en relación con las propias. Un ejemplo muy claro puede ser el factor tiempo. La dedicación a los chicos implica brindar tiempo a su formación, a sus intereses y a sus inquietudes. No solamente en lo que respecta al tiempo que insume el contacto físico necesario (en general), sino también la preparación que eso puede llevar, como ocurre en los casos de los maestros o profesores.
No es el objetivo de este ensayo tomar una posición respecto de este interrogante. Sin embargo, debo decir que, como educador, la dedicación a los chicos no es solamente una función social sino también un motivo de orgullo y un desafío. Es uno de los legados que yo, personalmente, decido dejar en este mundo, sabiéndome mortal y finito, pero creyendo firmemente en el poder de la transmisión de ideas y la posibilidad del hombre de continuar con su constante evolución.
Sergio Oscar Vieiro (25)
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