Por Lucas Abal.
Mañana del 31 de diciembre: usted se despierta no en su querida Buenos Aires, donde tiene su casa y trabajo, ni siquiera se despierta en su Argentina natal, sino que lo hace en Punta del Este. Este hecho parece indicar que usted, querido lector, ha decidido pasar fin de año fuera de su país y, además, ya que está allí, aprovechará para pasar una semana de vacaciones. ¿Se sorprenderá por la sagacidad de quien escribe que ha adivinado sus planes sin siquiera conocerlo? No lo creo, tanto usted como yo sabemos que su plan es el mismo que escogieron muchos de sus amigos, compañeros de trabajo y otros tantos conocidos.
Ahora que me sinceré y me revelé como un falso adivino, creo que tenemos la suficiente confianza para entablar un diálogo —que protagonizaré no por quererlo, sino porque estoy escribiendo y usted leyendo— sobre algunas particularidades de la ciudad balnearia que detesta que la individualicen así.
Aprovechando la fecha con la que comienzan estas palabras, empezaré por esa noche. ¿Dónde la pasó? Por lo que entiendo, tiene dos alternativas —que en realidad son muchas más, pero reduzco a este número para no aburrir—: una fiesta multitudinaria, patrocinada por una compañía o un ilustre empresario; o una fiesta doméstica. En la primera probablemente no coma nada, aun cuando el anfitrión sea un hotel; en cambio, en la fiesta doméstica, la cena es el invitado principal. Lo dicho podría hacer concluir que la elección de una u otra fiesta depende del afán gastronómico de la persona, pero usted y yo bien sabemos que si está en una fiesta doméstica es porque no logró estar en una fiesta multitudinaria. Otra cuestión curiosa que se suscita es la hora del brindis, teniendo en cuenta que Argentina y Uruguay tienen una diferencia horaria de una hora en esta época del año, ¿según qué huso horario brindamos? He notado que las fiestas multitudinarias, en su mayoría, tienden a brindar a las doce hora argentina, es decir, a la una hora uruguaya. En cambio, las fiestas domésticas respetarán el huso horario del país que las aloja. Pero, claro que lo dicho es una simple tendencia, así que evite su reclamo afirmando que usted brindó a las doce hora argentina, a pesar de que estaba en la casa de un amigo. Por otro lado, uno de los duros embates que sufren las fiestas domésticas frente a las fiestas multitudinarias son los fuegos artificiales. En este ámbito se dé quizás la humillación más significativa, ya que no importa la cantidad de dólares que uno invierta en este espectáculo, siempre habrá un resort cercano que hará parecer que su costosa bengala es en realidad una estrellita encendida que arrojó hacia el cielo.
Demasiado ya he dicho sobre la noche del 31 de diciembre, ¿no? Hablemos de algunas otras curiosidades de la ciudad uruguaya. Sin dudas, un parágrafo especial se merecen quienes hacen dedo. Sin embargo, antes de considerar a estas personas en particular, es preciso hacerle notar un dato en el cual probablemente nunca reparó: lo extenso que es, desde un punto de vista turístico-comercial, Punta del Este (digo a lo largo de su costa, claro, y no por las oscuras y tenebrosas profundidades de Maldonado). En efecto, desde el punto de vista mencionado —que es el que conozco, no así el geográfico oficial— componen a Punta del Este las siguientes playas, de oeste a este: Punta Ballena, La Mansa, La Brava, La Barra, Bikini —otrora conocida como Manantiales—, Montoya y José Ignacio. Esta última, ¡35 km después de la primera! Si bien pudo no haber reparado en la extensión de la ciudad uruguaya, sí sabrá que todas estas playas se encuentran interconectadas por una ruta (la ruta 10) que por momentos deja de serlo para ser considerada “rambla”. A la vera del camino señalado y en horarios determinados, seguro usted ha visto personas haciendo señas a los autos a fin de llegar a una playa distinta de la que se encuentran. Algunos de estos sujetos hacen dedo solos, pero es mucho más común verlos en grupos. En mi caso, he llegado a ver un grupo de diez. La edad de quienes recurren a este método de viaje gratuito comienza cerca de los doce años y puede llegar hasta los veinticinco, pero en ocasiones puede superar ampliamente esta edad. A propósito de ello, seguramente habrá escuchado el rumor que afirma que un reconocido tenista argentino, ganador de un Grand Slam, recurrió en diversas ocasiones a la técnica de viaje comentada por las playas de José Ignacio. Lo curioso de esta práctica no es tanto la práctica en sí sino lo generalizada que se ha vuelto, observando alrededor de las siete de la tarde al menos cuatro grupos por cuadra.
Desde aquí puedo percibir su ansiedad por querer comentar o añadir alguna otra curiosidad, mi querido lector. Ahora lo escucho a usted, y ya que comencé intuyendo, también terminaré así: ¿adolescentes en Gorlero o rollerbladers en el puerto?
Lucas Abal (23)
Enviado especial de Sed Contra
lucasabal@gmail.com