Aprendiendo a ser argentino

Por Santos Urquiza.

Hace tiempo que vengo buscando algún relato que me cuente, como si fuera un chico,  qué es lo que está pasando en nuestro país, pero no lo encuentro. Así que decidí hacerlo yo. Perdonen mi audacia, inocencia, errores o lo que se les venga a la mente; yo sé que no tengo la autoridad que generalmente uno busca y espera cuando lee un artículo de este tipo. Sin embargo, lo que sí tengo es amor por mi bandera, valores y costumbres que me piden voz y me reclaman responsabilidad. Espero que eso sea respetado. Tengo apenas 21 años, soy aún joven y conozco solo lo poco que mis ojos han visto; pero lo visto es visto al fin, y quizás les interese escuchar este cuento.
Una de las preguntas más frecuentes —u ojalá así lo fuera— de nosotros los argentinos es: ¿cómo es que viviendo en un lugar con tantas posibilidades estamos en la situación que estamos? Por supuesto me refiero al conocidísimo potencial argentino: el humano y el natural, entre los cuales se destacan los amplios recursos naturales, el buen nivel profesional y la disponibilidad de mano de obra, entre otros. La cuestión de por qué no podemos aprovechar al máximo todos estos recursos está, sin lugar a dudas, integrada por diversas áreas. En este caso, me centraré en lo que considero es el origen de todo este problema: la falta de respeto. Para poder llegar al fondo de la cuestión, voy a analizar tres de los ámbitos más importantes de nuestra vida diaria: política, sociedad y economía.
En cuanto a la política, muchas veces me siento abrumado por la cantidad de información, con posiciones a favor, en contra y en el medio, que recibimos todos los días y se nos presenta casi simultáneamente. Para decirlo en criollo, es una ensalada bárbara. Por esa razón es que me puse a pensar en la raíz de los problemas políticos de nuestro país, tratando de simplificar algo que es sumamente intrincado, con demasiadas variables que considerar para el fin que busco. Por lo pronto, considero que no son tanto los problemas políticos, sino los problemas de política que de manera poderosa repercuten en los demás ámbitos.
Las fallas las noto, por sobre todas las cosas, en la actitud de muchos políticos y, específicamente, en su falta de respeto. Aclaro que no me refiero al trato que existe entre ellos mismos, sino al respeto hacia aquello que supuestamente ha de ser la razón y sustento de su vocación: la Nación.
En el accionar de los políticos pareciera faltar la visión de la meta más alta, que somos todos nosotros. Así, en todo momento y en cada acción, deberían procurar el bien común —distinto del bien partidario— y no deberían pensar en el siguiente lustro sino en la posteridad, manifestada en los nietos, bisnietos y tataranietos que aquí vivirán. Incluso, si todo eso no fuera suficiente, deberían reflexionar sobre el juicio que la historia tendrá de lo que hoy se está llevando a cabo, haciendo una crítica personal y constructiva.
Hoy no veo construcción porque nadie quiere reconocer los aciertos de cualquiera que se encuentre en la vereda de enfrente y entonces consideran que se debe destruir primero para construir otra vez, proceso que es increíblemente poco efectivo. En definitiva, “Nación” no es un término político sino primordialmente humano, porque somos todos los que nos llamamos argentinos, y si nosotros, que somos el fin último y primordial de la actividad política, no somos considerados como tales es imposible que pueda ocurrir otra cosa distinta a lo que vemos todos los días en las noticias.
Por otra parte, el respeto entre los miembros de la sociedad es también uno de los temas que sinceramente me descolocan, porque sus fallas se ven de forma tan habitual que la falta de respeto pareciera estar convirtiéndose en la regla. Están sucediendo cosas extraordinarias. Por ejemplo, la pérdida de costumbres tan básicas como decir por favor y gracias, ser atento con los mayores, ubicado. En fin, cuestiones de etiqueta social cuyo sentido es tan simple y sencillo que me intriga se pierdan de vista: que exista una convivencia pacífica y respetuosa, de forma que nos tratemos y reconozcamos como seres humanos, y podamos desarrollarnos lo más y mejor humanamente posible en todos los aspectos de nuestras vidas.
Hay una institución bien argentina que es perfecta para explicar mejor lo que estoy tratando de decir: la viveza criolla. Su premisa es “primero me beneficio yo, el resto que se arregle”Yo, como buen argentino, la conozco y la ejercité muchas veces; sin dudas me avergüenza decir esto, y desde que empecé a darme cuenta de lo que significaba, trabajo en evitarla y hacer lo contrario de lo que ella me dicta, que siempre es lo correcto. Reflexionando sobre esto me di cuenta que es la última falta de respeto, porque es falta de respeto hacia los otros en primer término, pero realmente es una falta de respeto hacia uno mismo, por transformarnos en constructores de nuestra propia desgracia cotidiana.
¿Con qué autoridad podemos reclamar de otros educación, limpieza, consideración y muchas otras cosas que escuchamos todo el tiempo, cuando somos nosotros mismos los que permitimos eso al hacer algún acto anterior o posterior maleducado, sucio o desconsiderado, justificándonos “bueno, si tantas personas lo hacen en medidas mucho más grandes, no hay problema en que yo haga esta pavadita? No nos engañemos más: la viveza criolla no es de alguien inteligente, es de alguien ventajero, maleducado y oportunista, que no tiene consideración ni por sí ni por los demás. Nuestros padres nos la enseñan, los españoles nos burlan por ello y nosotros seguimos creyéndonos los reyes del mundo. Es nuestra costumbre, y debemos cambiarla. Por favor, despertemos.
En la economía es quizás donde esta falta de respeto se vea con más claridad, porque se traduce en una falta de confianza, que a su vez se traduce en una catástrofe económica. Para ser más ilustrativo, contaré la siguiente anécdota: una vez charlaba de estos temas con el señor que trabaja de seguridad en el edificio donde vivo y me resumió la situación de una forma magnífica: “yo hoy voy al almacén y no sé si el precio va a ser el mismo que ayer o subió $ 10; pero mi sueldo sigue siendo el mismo”. Más allá de todas las fallas que pueden notarse en esta oración, lo que destaco es la falta de seguridad con que vivimos todo el tiempo; no una inseguridad superficial, sino una inseguridad muy honda que va más allá de partidos políticos o de gobernantes de turno. Es el no saber perpetuo, que si a mí —que he tenido tanta suerte en la vida por las oportunidades con que vivo— me afecta, ni me imagino lo que debe ser para aquel que no llega con el sueldo a fin de mes.
De este caso particular puedo pasar al caso general con una sola pregunta: ¿a quién se le va a ocurrir invertir en un país donde no existe seguridad de ningún tipo? Respuesta: a nadie, salvo algún loco. El respeto por las instituciones económicas e instituciones en general nos llevarán a generar confianza, que implica mayor desarrollo económico, que a su vez genera mayor trabajo, mayores ingresos; en fin, este proceso termina con la satisfacción de las necesidades básicas de la familia, base de la economía y de la sociedad.
Como ven, trato de escribir lo poco que conozco en mis propias palabras y con mi desautorizada voz, pero a aquel que lea esto le pido por favor que no lo tome al pasar, ni tampoco a título personal. Yo soy uno de estos argentinos acá descriptos, y yo soy uno de los muchos que quieren ver el cambio para bien nuestro. Si escribo esto es porque tengo esperanza y confío en que así como los argentinos hemos podido lograr tantos éxitos reconocidos en todo el mundo, podamos trabajar diariamente todos juntos para ocupar el lugar que merecemos.
Hablo con honestidad y consciencia, por lo que no me da miedo equivocarme; y de ser así, no tengo problemas en que otro argentino me corrija, porque de ese modo me entrarán más fuerzas para seguir buscando la forma de mejorar en el día a día nuestro país.
Recuerdo una frase de Antonio Machado que un profesor nos dijo alguna vez en clase: “¿Tu verdad, mi verdad? No, la verdad; déjala, y ven conmigo a buscarla”. En la verdad se encuentra certeza, y de la certeza surge la decisión para cambiar nuestra realidad. Por sobre todo esto, no olvidemos la razón de este trabajo: el amor por nuestro país y todas las increíbles oportunidades que nos da. Juntos, aprendamos a amar nuestra bandera.

Santos Urquiza (21)
Estudiante de Derecho
santiniurquiza@hotmail.com