Por Pablo Ivankovich Ortler.
Dada la reciente partida de uno de los baluartes de la literatura hispanoamericana, Gabriel García Márquez, parece simplemente justo rendirle un tributo antes que el fenómeno Max Brod lo ataque. Es que a la partida de una celebridad literaria le siguen un conjunto de fenómenos previsibles: el adiós de los políticos, un incremento de venta de sus libros, frases célebres colgadas en las redes sociales, homenajes a diestra y siniestra. A esta cadena de eventos se le suma otra que ya es parte del folklore literario: la publicación de obras inéditas. En algunos casos esto trae consigo un maravilloso devenir, tal como ocurrió con la promesa incumplida de Max Brod a Kafka o la publicación de la grandiosa novela 2666 de Roberto Bolaño. Sin embargo, hay también publicaciones póstumas no tan benignas, como es el caso de El tercer Reich, que sin duda alguna forma parte de la obra menor del chileno. Del mismo modo se viene anunciando que la editorial Penguin Random Housepiensa publicar la inédita obra de “Gabo” titulada En agosto nos vemos. Seguramente la publicación podría ser de mucha utilidad para los estudiosos del autor, pero ¿quién pierde con una publicación de este tipo? Sin duda alguna el propio autor, el fantasma de un escritor quisquilloso que solo publicaba algo cuando estaba verdaderamente satisfecho.
Antes de que esto suceda, parece válido analizar un poco más la novela que, según el propio García Márquez, le exigió más trabajo y esfuerzo. Esta obra es El otoño del Patriarca. Para ello, vale la pena recordar que en la figura de “Gabo” se esconde no solo el realista mágico que se dedicó a explorar cómo en América Latina lo extraordinario se convierte en cotidiano, sino también, aunque con menor claridad, un conocimiento sobre el manejo de los medios y el poder. Es que parece obvio que el escritor más mediático de su generación haya sabido sobre el impacto de la fotografía y de la televisión. Parece lógico, también, que uno de los autores más fascinados por el poder haya estado interesado en las formas que tiene este de perpetuarse.
Es así que llegamos al Otoño del Patriarca, donde hay un conocimiento casi ejemplar de cómo el poder se sirve de los medios masivos para convertir a un dictador en mito. El narrador colectivo de la historia ni siquiera conoce al dictador en persona; solamente sabe de él por su existencia omnipresente: “su perfil estaba en ambos lados de las monedas, en las estampillas de correo, en las etiquetas de los depurativos, en los bragueros y escapularios”. A su vez, agrega que estas imágenes no son originales, sino “copias y copias que ya se consideraban infieles en los tiempos del cometa”. El patriarca así puede envejecer e incluso puede encontrar la muerte, pero su historia se convierte en mito por las fotografías y los grabados que lo congelan en el tiempo y lo muestran ante su pueblo como eterno, incapaz de envejecer, como una proyección del infinito.
Pese a esto, el dictador no es el personaje más fascinante de El otoño del Patriarca, sino su temible asesor, Sáenz de la Barra —una suerte de eminencia gris—. Es él quien lleva a los extremos menos imaginables la manipulación de la imagen del patriarca, con el objetivo de seguir en el poder incluso después de su muerte. En una escena fantástica de la novela, el General se sorprende a sí mismo en la televisión, diciendo cosas “con palabras de sabio que él nunca se hubiera atrevido a repetir”. Este terrorífico misterio fue aclarado más adelante, cuando Sáenz de la Barra le confiesa que ese “recurso ilícito” había sido necesario “para conjurar la incertidumbre del pueblo en un poder de carne y hueso”. Su hábil “eminencia gris” lo grabó y filmó sin que se diera cuenta, para armar con esos fragmentos de voces e imágenes una realidad artificial que sustituya, para el común de la gente, a la verdadera y confusa vida real.
García Márquez representa en esta fantástica novela, a través del personaje de Sáenz de la Barra, una cualidad fundamental de las sociedades modernas: el poder necesita de los medios para sostenerse. Pero, además, en Sáenz de la Barra —como buena “eminencia gris”— se desarrolla un centro importante de la política realista: la raison d’Etat. Esta razón de Estado ha sabido a lo largo de la historia anteponer los intereses políticos a las convicciones éticas; la voluntad del poder a la ética. Dicho esto, Sáenz de la Barra parece un personaje inspirado en Richelieu, en cuanto intentó imponer por todos los medios posibles la autoridad y el poder absoluto del mandatario.
Entonces, vale la pena preguntarnos, ¿le está todo permitido a la razón de Estado? De ser así, en primer lugar, se reduciría ad absurdum la política como actividad humana: quitando el fundamento de ciertos valores en la política y los políticos, se corre el riesgo de caer en la pura ideología del poder. Ello lleva, sin duda alguna, a los más grandes abusos de las libertades y de los derechos inviolables de los hombres. En segundo lugar, un Estado autoritario lleva consigo, a largo plazo, una fe antidemocrática y la esperanza de la aparición de un dictador como “redentor”. El pueblo que sufre un avasallamiento de su volksgeist —espíritu de pueblo— se convertirá inmediatamente en un adicto a la idea de un salvador materializado en un nuevo avasallador —el “redentor”—. Esta es una manera de explicar una figura como la de Hitler en la Alemania posbismarckiana o como la de Stalin en la Rusia poszarista.
Con esta idea en mente, se lee en una de las últimas escenas de El otoño: “había tratado de compensar aquel destino infame con el culto abrasador del vicio solitario del poder […] se había sobrepuesto a su avaricia febril y al miedo congénito sólo por conservar hasta el fin de los tiempos su bolita de vidrio en el puño sin saber que era un vicio sin término cuya saciedad generaba su propio apetito hasta el fin de todos los tiempos mi general”. Así, parafraseando al Nobel de Literatura Theodor Mommsen, el avasallamiento al espíritu de un pueblo tiene un destino que ya no se puede volver a borrar.
Pablo Ivankovich Ortler (20)
Estudiante de Ciencias Políticas
pabloivankovich@hotmail.com