Brideshead Revisited: El error común de querer volver

Por Estefanía Servian.

Ser católico es difícil. Si lo sabrán en el mundo los católicos que están siendo perseguidos y asesinados, frente a la indiferencia consciente de la prensa y de la política nacional e internacional. Quizás hoy con un Papa argentino, ser católico en nuestro país exitista —es extraño que se considere “un éxito”, y no otra cosa, que el Papa tenga nuestra nacionalidad— haya cobrado otro significado, pese a que no sea un significado de naturaleza interior ni espiritual.
Esto, la dificultad de ser católico, ya lo sabía Sebastian Flyte, el niño mimado y conflictuado de Brideshead Revisited, la obra del genial Evelyn Waugh.
En la Inglaterra del 1900, ser católico entre protestantes era un desafío, y serlo en Brideshead, una bendición. Brideshead era una mansión exquisita construida desde sus cimientos con las piedras del antiguo castillo de la familia, contaba con una gran cúpula y un parque inmenso con una fuente en su centro. También una capilla, regalo de bodas de lord Marchmain a su esposa, muchísimo tiempo antes de siquiera pensar que la dejaría por otra mujer, partiría a Italia y no la volvería a ver. Sin embargo, lo más sorprendente era la familia que vivía allí, la de Sebastian, quien jamás sintió ese lugar como su hogar.
“He estado aquí”, dijo Charles Ryder, el amigo contra mundum de Sebastian, con los ojos nublados por las incipientes lágrimas cuando se paró frente a esa misma mansión muchos años después. Por su mente pasó de pronto esa primera vez que estuvo allí. Nada más que esa simple frase dijo mientras recordaba todo lo que había vivido, especialmente de joven; no tanto sus recuerdos adultos, ya enamorado de Julia o con lord Marchmain y Cara. Brideshead le dejó más a Charles que al resto de los habitantes de su propia casa: allí empezó su vida.
Et in Arcadia ego, además de ser un óleo de Nicolás Poussin que se encuentra en el Louvre, da nombre al Libro Primero de esta obra. El paraíso de Arcadia, para Charles, no era tanto Brideshead, como sí Sebastian, y los momentos felices juntos, libres y despreocupados.
Dicen que no hay que regresar a un lugar a donde uno ha sido feliz, más creo que, porque aunque el lugar evoque alegría, puede no haber nada al volver que porque los recuerdos de felicidad puedan estar distorsionados. Claro que, depende de cómo estamos parados ante la vida cuando regresamos, qué significa para nosotros el volver, y el lugar. A fin de cuentas, como dice mi madre: “No son los lugares, hija, son las personas”. Brideshead era Sebastian para Charles (aunque estuviera más enamorado de Julia); y lady Marchmain para todo el mundo, por eso su familia no quería volver. Es increíble, pero no lograba ser amada por quienes ella quería, se sorprendían Julia y Cordelia, sobre sus propios sentimientos, al recordar con tristeza a su madre.
Tan absurdo y, sin embargo, tan cierto. Cuántas personas no logran mantener el amor o inspirar la simpatía de las que quieren mucho. Sin embargo, esa obviedad que surge al pensar que quien es abandonado por quienes ama hará algún tipo de mea culpa (un mea culpa católico, por cierto), no resulta tan obvia. Lady Marchmain no se replanteó su rigidez y el dolor que les infringía a las personas a quienes ella quería. Fue una víctima hasta el día que murió, y una santa, para quienes no la conocían bien, toda la vida.
Sebastian era un niño grande que paseaba con un oso de peluche, Aloysius, mientras tomaba para olvidar. Un oso que dejó cuando encontró quien lo cuidara, Charles, y a quien cuidar, Kurt. No era un niño inmaduro que necesitaba crecer, sino un joven con una tristeza eterna. De su pensamiento de guardar un objeto precioso en cada lugar donde hubiese sido feliz para regresar de viejo y recordar, nada había quedado en Brideshead. Que quienes más te quieren no deseen volver a verte debería ser una señal de que algo se ha hecho un poco o del todo mal.
Ser católico, para Sebastian, era cargar con una cruz. Era su intimidad, por eso no lo mencionaba en público. En Brideshead, podía ser él mismo sólo en ese aspecto, se sentía libre de serlo. Eso es lo que somos, está presente en el día a día, en nuestras oraciones, en los miedos; en la vida. Charles, quien no era un hombre de fe, se sorprendía al escuchar hablar del pecado, del catecismo, de ver la importancia que le daban a rezar por los demás o ir a misa. Eran pequeñas cosas que lo simbolizaban todo. Está dentro de nosotros. Al morir su madre, Cordelia menciona “Quamodo sedet sola civitas” absorta en sus propios pensamientos, comparando su sentimiento acerca del cierre de la capilla con el de los judíos sobre su templo. Charles no podía entender ese tipo de analogías y hasta qué punto estaba internalizada la religión, sus dogmas y la fe.
La religión es un tema fundamental en la novela, los personajes que pasaban por Brideshead también se podrían explicar por la relación que cada uno tenía con ella. La burla a la religión y sus creencias se ve claramente en Rex, tan desesperado por casarse con Julia, que busca una conversión “express”, pensando que aprendiéndose el Padrenuestro, podría acercarse al Dios, y con ello, a la familia a la que estaba deseoso de pertenecer. No solo carecía de vocación religiosa o espiritual, por decirlo de algún modo, sino también de curiosidad intelectual. En nada le interesaba aprender la historia de la Iglesia y mucho menos por qué Jesús murió por nosotros. Él solo se quería casar, pese a desconocer el sacramento del matrimonio y, peor aún, pese a estar ya casado. Cordelia, inteligente y pícara, le mentía un poco para que él lo repitiera de memoria y así dejarlo en evidencia. Y allí andaba Rex, diciendo que el Papa hizo Cardenal a uno de sus caballos o que hay unos monos sagrados en el Vaticano…
Julia jamás creyó que podría querer a Charles. Él lo sabía. Ella sabía también lo que quería para ella; por eso, la primera vez que lo vio ni siquiera lo miró. Pues él no era su tipo. No tenía posición, ni dinero, ni tampoco ninguna cualidad especial que pudiera hacer que ella torciera su voluntad. Con los años, ella descubrió que estaba equivocada. Pese a la infinitud y que nada somos comparado con lo que nos espera en la vida, es muy larga en el día a día, y todo puede ocurrir. La vida, con sus vueltas extraordinarias, le demostró que elegir del modo en que ella lo hizo, más por capricho y posición que por corazón, la había arrojado a la más absoluta infelicidad al lado de un hombre que, en sus propias palabras, era “un trocito muy pequeño de hombre que juega a ser un hombre entero”.
El castigo que recibió en su vida no tuvo tanta relación con el haberse casado con un divorciado, como con el haberse casado por interés. La religión le termina pesando a Julia y también a Charles, un agnóstico que se convierte en el lecho de muerte de lord Marchmain al rezar para que haga alguna señal que le permita “ir al Cielo” y morir en paz. Él, que no creía en nada.
Son muchos los que vuelven a Brideshead. Algunos nunca se van, como Bridey, el perfecto hermano mayor, quien demuestra que intentar poseer todas las virtudes, si no están, no garantiza ni la felicidad ni una vida plena. Por el contrario, lo volvió caprichoso, prejuicioso y hasta extraño. Eso ocurre con la rigidez sin convicción. Aparentar lo que no se es para lograr aceptación es ridículo. Algunas personas no se permiten ser quienes desearían, en ciertos casos, como en los de esta novela, porque esos internos deseos intensos contrarían su religión. Quizás Sebastian sentía cosas que su religión no le permitía aceptar, quizás su atracción oculta y odiada por otros hombres, o no necesariamente, y sí, su nulo interés en formar familia y vivir en la misma sociedad que su espectacular familia. Aún cuando las cosas se hacen como deben hacerse, no salen de ese modo. No hay que olvidar que Dios conoce nuestras oraciones, aún antes de que comencemos a rezar. Esta es una verdad que todo católico conoce pero que, en el afán de creerse mejores, algunos olvidan, y pretenden hasta engañar al Padre.
Cara lo supo siempre, aunque risueña ella, lo olvidaba para vivir feliz un poco. Era una gran observadora, pese a ser ajena y extraña a Brideshead. Lord Marchmain no la quería, estaba con ella para protegerse él mismo de su ex mujer, de lo que alguna vez sintió por ella. La odiaba porque la había querido mucho. Es extraño lo cercanos que son esos dos sentimientos. Si uno piensa en el odio como la falta de amor, como al mal como una ausencia de bien, el odio parece más leve. Sin embargo, el sentimiento de lord Marchmain para con su esposa (no estaban divorciados) era tan intenso que, en vez de haberla abandonado hacía ya tantos años, parecía que aún vivían juntos. Y es Cara también quien puso el acento en lo singular de la relación que unía a Sebastian con Charles. Una amistad ambigua, pero basada en el más sincero afecto.
Y un día, el pecador volvió a casa. Lord Marchmain volvió a su casa a morir. Jamás pisó la capilla que le construyó a su esposa al casarse. Más por orgullo y por recuerdo que por sentimiento. Él ya no era católico, llevaba años convenciéndose de ello. Estando lúcido, hizo echar al sacerdote que buscaba darle la extremaunción y, a segundos de morir, se persignó. Tal es su último acto. Esa escena, trágica y maravillosa, demuestra el poder de la fe. Charles sintió dentro suyo surgir un anhelo, un deseo desesperado por rezar por ese hombre que yacía en cama delante de él, pidiendo que le sean perdonados sus pecados (aún dudando acerca de la existencia de ellos). Conoció la fe y entendió, pese a sus casi nulos conocimientos sobre el tema, que esos deseos internos que lo impulsaban a rezar profundamente por alguna señal de lord Marchmain, añorando que muriera en paz, se debían a la presencia de Dios. Pudiendo darle una explicación o no, esa escena desesperada por la última conversión lleva a la conversión misma del hombre que días atrás buscaba convencer a Julia de lo evidente que era que su padre había abandonado su religión en el mismo momento que abandonó Brideshead: “Nadie ha demostrado tan claramente durante toda la vida lo que piensa de la religión”, le reprochó. Los verdaderos sentimientos, aunque se nieguen, salen a la luz y lo iluminan todo.
En la novela, todos viven esa profunda necesidad interior de escaparse de la realidad. Cuando se quiere escapar de todo, algunos parten de viaje, como Sebastian, y otros, de sí mismos, como Charles, rodeándose de gente ajena a sus gustos, con quienes pudo inventarse un personaje, olvidándose de quien quería ser. Al conocer a lord Marchmain, le impactó su autenticidad, comprendiendo luego que esta era totalmente fingida. Incluso, sabiéndolo, él se casó con una mujer completamente falsa, que era perfecta exteriormente porque le organizaba las exposiciones y tenía los mejores contactos para que él desarrollara como era debido su profesión. No la quería, claro, pero no se trataba de amor (él no era católico, así que el casarse para toda la vida era más una expresión que un anhelo o un compromiso). Lo que una persona nos brinda o nos hace sentir no nos lo da otra por más voluntad que queramos ponerle ni por más espacios que queramos llenar. Y todo el amor que le dio sinceramente Sebastian a Charles no se lo dio ni su esposa, ni aún Julia; pero él no lo buscaba reemplazar. Cuando Charles vio a Sebastian destruido en Casablanca, le dio lo que le podía dar (dinero), y se despidió sabiendo que jamás volvería a verlo, pero que lo querría toda la vida. Había más amor que humanidad en ese gesto.
“No ignoro que el recurso de beber para huir es un viejo truco, pero ¿conoces tú alguno más eficaz para escapar de ti mismo?”, se pregunta sabiendo su respuesta el protagonista de Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes, al inicio de esa obra. Sebastian recurría al alcohol porque le costaba su vida, como otras personas lastiman porque les cuesta la suya. Por lo menos, su actitud cobarde le ocasionaba a él el daño, colateralmente lastimaba a su familia y a Charles; pero el daño colateral siempre está más mitigado que el directo con mala intención. No hay culpables cuando a uno no le gusta su vida, Dios otorga día a día la posibilidad de redención y la libertad de elegir cómo obrar. La decadencia de Sebastian era marcada porque era exterior, aunque las peores procesiones vayan por dentro. Charles huyó a recorrer América por dos años y pintó sus obras más salvajes, como una tardía rebeldía. Julia estaba acabada interiormente y continuaba siendo bonita aunque triste (no se puede ocultar todo tampoco por más buen actor que uno sea). La cuestión no es si los demás pueden reconocer los problemas de uno, por el contrario, sino si a los demás les importa ayudarnos al descubrirlos.
La única persona que supo disfrutar Brideshead fue un extraño a ella: el raro, callado y simpático íntimo amigo de Lord Sebastian Flyte. Supo disfrutar de sus fachadas, de su arquitectura, las cuales inmortalizó en sus paredes con sus pinturas, al descubrir el significado de la palabra inspiración; y fuera de ella, con sus recuerdos. También un poco Nanny Hawkins, la anciana feliz que los quería a todos, especialmente, como todos, a Sebastian.
Lo que dañaba a sus habitantes no era la religión ni la casa, como los no católicos podrían pensar, al ver el desastre en que habían convertido sus vidas, sino ellos mismos. Porque, al final del día, somos nosotros quienes guiamos nuestras vidas, con los preceptos morales que nos enseñan la religión y nuestra familia, pero con la voluntad de saber que no hay ningún determinismo y que nuestra vida, aunque sintamos el peso de la responsabilidad, es solo nuestra.

Estefanía Servian (27)
Abogada
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