El 2014 en novelas

Por Santiago Legarre.

Comencé el año en La Paz, por tercera vez consecutiva. Allí leí los dos primeros libros, que fueron, como el año pasado, en francés. El primero, Madame Bovary, constituyó una sorpresa. Llegaba al libro con cierta duda sobre el escándalo, influido por el mito y por cosas que había escuchado aquí y allá. Recuerdo una vez que mi alumna Mercedes comentó, a propósito de la película Once, que analizamos en el Taller de Escritura, que ella habría preferido que “la protagonista hubiera sido más una Madame Bovary”. Me pareció, en comparación con mis negras expectativas, un libro blanco; sutil, de una prosa única —me resultó fácil ver en ella la inspiración de tantos—, perfecta como ninguna. Y no estéril, sino al servicio de una moraleja potente, por un camino espinoso, eso sí.

Eso sí, nada espinoso si se lo compara con el camino por el que Victor Hugo nos lleva a su moraleja más potente todavía en Notre-Dame de Paris, mi otra lectura boliviana. Este libro, largo, siempre vivió a la sombra de Les Miserables (que es el doble de largo, si no más). Habría que sacarlo y rehabilitarlo ya, pero estamparle una advertencia del tipo de las que se ven en las películas: “prohibido para menores de no sé cuántos años”, debería decir. O: “tiernos abstenerse”.

Me embarqué entonces en un largo viaje: los cuatro volúmenes —que a los fines de mis objetivos de lectura anual computaré, con ligera trampa, como cuatro libros distintos— de The Master of Hestviken. Esta es la otra gran obra de Sigrid Undset, premio nobel del literatura de origen escandinavo. Hace algunos años ya había leído su novela principal, Cristina, hija de Lavrans (por la excelente traducción al inglés de Tiina Nunnally, titulada Kristin Lavransdatter, que di a leer con éxito a varios cultores y cultoras de Sed Contra). The Master, a diferencia de Kristin, tiene como protagonista a un varón, Olav Audunsson (y de hecho, la versión castellana de la obra se llama así). La traducción del noruego al inglés que leí yo es bastante difícil (mucho más que la que Tiina hiciera de Kristin); pero la tetralogía merece su lectura ampliamente, con la salvedad de que en esta larga historia de redención lo que predomina es la oscuridad. Como para seguir en la tónica del año…

Salí de esa tónica con una nota liviana, en un idioma aparentemente liviano, el italiano. Gracias a mi amigo rosarino Andrés, me comí I Due Tigri, de Emilio Salgari. Lo había leído de chico, por la versión de la colección Robin Hood (esa que traía todo con tapas amarillas, por la cual leí cosas como Azabache y Corazón, que me impactaron, aunque no recuerdo casi nada). De Sandokan había leído varios (recuerdo, por ejemplo, el título de El Rey del Mar), pero siempre me quedó la idea de que el mejor había sido Los dos tigres. Releerlo fue una experiencia dulce e ingenua. Recomiendo cada tanto una relectura de este tipo. La recomendaría siempre, pero ¡hay tanto para leer!

Pasé a las tinieblas más totales, ya en Kenia, con Heart of Darkness, el clásico de los clásicos de la literatura moderna sobre África, el libro en el cual Coppola basó Apocalypsis Now. Creo que esta fue la novela del año, si tuviera que elegir una. La voz narradora de Marlow me envolvió desde el primer renglón al último y ahora, mientras escribo, con un pie en el avión rumbo al continente negro una vez más, me parece escuchar su susurro ondulante. Y Kurz: ¡qué personaje que inspira terror y lástima! No podía evitar pensar en Marlon Brando, que interpreta el rol en la película de los 70 (vale la pena la versión redux, por cierto), que como es sabido, sitúa toda la acción bien lejos del Congo de Joseph Conrad.

Un tal Lucas, la colección de Julio Cortázar que agarré a continuación, fue un respiro saludable. No soy amante de los cuentos y, a falta de novelas cortazarianas, esta colección de escritos cortos me permitió volver a cultivar la amistad con mi autor argentino favorito. Cerca, conceptualmente, de Cronopios y Famas —aunque por debajo— se trata de una pequeña joya, de más está decirlo.

En Praga leí Doña Luz —la llevé conmigo, empezada, porque era pequeña—, mi cuarta novela de Juan Valera, el favorito de mis favoritos españoles, el gran autor de Pepita Jiménez. Otra historia de amor prohibido no consumado. Otra prosa munificente. Lectura en caída libre, aunque se llega al final del tobogán golpeado.

En Madrid, vi en un supermercado una nueva novela de Javier Marías. No pude resistir —una cuestión de lealtad— y ese mismo día estaba devorando Así empieza lo malo; como casi todos sus títulos, tomado de Shakespeare, y luego reinventado con un toque genial aunque asaz perverso. No me costó terminar en pocas semanas el grueso tomo (excesivamente grueso, falto de edición), pero dado que por la mentada lealtad no puedo ser objetivo, se me haría difícil recomendárselo a nadie. Y todo lo contrario también.

En la biblioteca de Windmoor, la residencia de South Bend (donde queda la Universidad de Notre Dame), encontré Things Fall Apart, otro clásico africano, pero este escrito por un nativo, Chinua Achebe —interesantemente, un crítico acérrimo de Conrad—. Este libro me pareció simplemente un tesoro. África en estado puro; África en prosa. Y el contraste brutal, razonablemente presentado, entre el antes y el después de “la civilización”.

A continuación, volví a un autor ruso, después de un par de años de parate y descanso. Hacía falta, pues el libro que encaré fue sin duda el más difícil de todos los rusos que leí: The Possessed, de Dostoievski (traducción, como siempre, de Garnett), generalmente conocido en castellano como Los demonios. ¡Qué obra larga, no tanto por su extensión, sino por lo lenta y enredada! Pero, ¡cuánto paga a cambio! Es fundamental leer la confesión de Stravogin, agregada generalmente al final en las ediciones contemporáneas —estuvo prohibida y censurada en el momento de la publicación original del libro—. Diré, por fin, que leer esta novela puede a uno servirle un tanto para entender mejor el fenómeno psicológico del suicidio (que Fedor ya había abordado, pero apenas, en Crimen y castigo).

Para redondear la cuenta, incluiré en esta lista una lectura que comencé hace unos cuatro años y por fin terminé: El Infierno, de Dante. (Sigo ahora, con El Purgatorio, que espero terminar el año próximo.) ¿Qué puedo decir yo? Nada. Que ya he leído la mitad de La Divina Comedia, en la versión bilingüe de Battistessa. Nada. Nada más.

 

Santiago Legarre (47)
Lector
salegarre@yahoo.com