Por Micaela De Martino y Eugenia Martinez Gualco.
Fue un día caluroso el 31 de octubre de 2016, cuando junto con nuestros once compañeros de Derecho Constitucional y nuestro profesor Santiago Legarre nos dirigimos desde la pizzería La Americana hacia el Palacio de Justicia a reunirnos con el recientemente designado juez de la Corte, el Dr. Carlos Rosenkrantz.
Las largas escaleras de entrada del Palacio nos dieron tiempo para comenzar a deslumbrarnos por la belleza de su arquitectura, la cual se acentuaba cada vez más a medida que recorríamos su interior.
Al ingresar, nos detuvimos en el corazón del Palacio, desde el cual pudimos observar los cuatro pisos del majestuoso edificio. Impresionados frente a la impactante construcción y por la novedad de conocerlo, entre foto y foto nos dimos cuenta que estábamos parados justo en el medio de donde sucede una escena crucial para el desenlace de la película argentina El secreto de sus ojos. Más allá de este dato anecdótico, mientras observábamos el profesor nos comentó sobre el funcionamiento de las distintas plantas y sobre su experiencia en la Corte.
Era el último piso hacia el cual nos dirigíamos —los hombres, de traje; las mujeres, algunas con zapatos altos—, por lo que comenzamos a subir por la escalera. Al llegar al más alto, nos dirigimos hacia un sector que reunía una inmensidad de datos históricos, fallos, placas de mármol que incluían nombres de constituyentes y de exjueces de la Corte, así como estatuas de épocas muy antiguas.
El ingreso a la sala de reuniones donde nos encontraríamos con el juez se hallaba plagado de cuadros que retrataban a importantes eminencias de tiempos pasados.
Nos invitaron a sentarnos alrededor de una mesa ovalada, en la cual esperamos al juez durante varios minutos. A medida que el tiempo pasaba la intriga era mayor, hasta que la espera finalizó con la entrada de un hombre. Sabíamos que el día de nuestra visita era un día especial para el juez, por lo que entendimos que efectivamente era él cuando nuestro profesor lo felicitó por su cumpleaños. Fue ahí cuando nos atrevimos a saludarlo, y a entregarle el obsequio que le habíamos comprado en ocasión de su aniversario y en agradecimiento por su amable gesto al recibirnos. En cuanto al regalo, su elección fue algo controvertida, pero finalmente nos decidimos por unos vinos; resultaron ser una buena alternativa, ya que manifestó agrado al recibirlos.
Luego de esto, nos invitó a pasar a su despacho mientras nos transmitía su gran entusiasmo por estar desempeñando por primera vez un cargo en la justicia. Su lugar de trabajo era el que pertenecía al juez Petracchi hasta hacía un tiempo. Era grande; había muchos libros y expedientes, y una puerta que conducía a un pasillo externo con vista a la Plaza Lavalle, que guiaba a su vez al despacho del Presidente de la Corte. Su vista desde allí era realmente agradable, pero solo en apariencia, ya que Rosenkrantz bromeó sobre lo afortunado que era de escuchar todos los viernes las distintas manifestaciones que se llevaban a cabo en la puerta del Palacio y en la plaza.
Luego de unos minutos de charla distendida, se hizo la hora de despedirnos, y llamó nuestra atención el gesto de humildad que tuvo al saludar a cada uno de nuestros compañeros con un beso. Si bien hubiésemos deseado que la visita sea más larga, entendimos que ya habíamos quitado demasiado tiempo en su agenda y que el juez debía seguir con sus obligaciones.
Mientras nos dirigíamos escaleras abajo para finalizar nuestra visita, el profesor Legarre nos consultó si queríamos escribir una crónica sobre lo que había ocurrido durante la tarde; es así como, unas semanas después, nos encontramos recordando aquel día en la Corte.
Micaela De Martino y Eugenia Martinez Gualco
Estudiantes de Derecho de la Universidad Católica Argentina
micaelademartino@hotmail.com y emgualco@gmail.com