La instantaneidad no vuelve épica la historia: el mito del amor a primera vista

Guadalupe Fernandez Mehle.

No voy a decir que el amor a primera vista no existe. Solo porque yo tuve dos años adelante mío a la única persona de la que me enamoré, antes de darme cuenta de lo que sentía por él no me da autoridad para decretar que es imposible. Seguramente hay un montón de gente más rápida que yo, a la que le bastan un par de horas para darse cuenta de que quieren pasar el resto de su vida con alguien.

Ahora bien, habría que determinar exactamente a qué nos referimos cuando hablamos de a primera vista. Nadie me va a convencer, por ningún motivo, de que vio a una persona a la distancia y, automáticamente, supo que era el amor de su vida. Esto es, con variaciones de circunstancias, lo que pasa en muchas novelas románticas, entre ellas El final de Norma.

A Serafín y Brunilda les basta con tocar una ópera juntos. Nunca antes se habían visto, no cruzan una palabra fuera del diálogo de la obra. No saben absolutamente nada uno de la vida del otro; es más, Serafín ni siquiera conoce el nombre de Brunilda hasta mucho después de este primer encuentro. No les importa. Ese breve momento es suficiente para que Serafín arriesgue todo por estar con ella.

La pregunta que me hago es: ¿qué hubiera pasado si alguno de los dos sufría un accidente que lo dejaba completamente desfigurado, imposibilitado permanentemente de cantar o tocar el violín? Porque lo único que sabían el uno del otro es que se atraían físicamente y que eran muy talentosos musicalmente. Si todo eso se esfumara, ¿se seguirían amando?

¿Cómo se puede amar a quien no se conoce? Mi primera pauta para aceptar el amor a primera vista es que a primera vista tiene que incluir, por lo menos, una conversación de duración razonable. De lo contrario no se ama a la persona, se ama la idea que uno crea de ella en su mente. Ese amor es tan de ficción como cualquiera de las novelas que suelen ser su escenario.

¿Cómo se puede confiar en alguien a quien no se conoce? Puede que este sea un problema mío, que no afecte ni a Brunilda y Serafín ni al resto de los que experimentaron esta clase de amor. Pero yo nunca podría amar de verdad a alguien en quien no confío, y para que alguien se gane mi confianza no alcanza con a primera vista.

Mi problema con El final de Norma es que, a lo largo de la novela, el autor hace muy poco para subsanar este defecto originario que, desde mi punto de vista, tiene el amor de Brunilda y Serafín. Luego de su primer encuentro, Serafín, que por error se había embarcado hacía Laponia, decide continuar su viaje arriesgando su vida y su carrera, y no partir hacia Italia (su verdadero destino), porque tiene la fuerte sospecha de que Brunilda se encuentra en el barco. La segunda vez que se encuentran, no cruzan palabra, pero el amor que él siente por ella se incrementa porque lo salva de morir a manos de Rurico de Cálix. En la tercera escena en la que se encuentran, más allá de una dramática charla plagada de frases empalagosas, poco hacen por volver más real su amor. Sacando que Serafín finalmente le pregunta cómo se llama y le arranca un promesa de que se van a volver a ver.

La cuarta vez que se ven, ella finalmente le cuenta la historia de su vida a Serafín. Ya no puedo decir, por lo menos de él, que no sabe nada de su amada. Pero la manera en que ella le cuenta su historia, es como leerla en un libro. A lo que me refiero es a que Serafín conoce los hechos de la vida de Brunilda, como yo puedo conocer los hechos de la vida de Alexander Hamilton o Thomas Jefferson después de haber leído sus biografías. ¿Es eso suficiente para enamorarse de alguien? Ella en ningún momento menciona sus gustos, sueños, creencias, miedos, costumbres. Uno llega a conocer, verdaderamente, a otra persona luego de haber pasado tiempo con ella. Pero hasta el día de su casamiento, el tiempo que comparten Brunilda y Serafín es muy escaso.

Si yo tuviera que marcar las tres cosas que me hicieron enamorarme, estoy segura de que, aunque lo hubiese intentado, solo de una me habría dado cuenta si hubiese compartido con él el tiempo que pasan juntos Brunilda y Serafín. Así y todo no hubiese sido suficiente, porque efectivamente me di cuenta de su falta de conformismo con lo que lo rodea y su necesidad de dejar el mundo un poco mejor de lo que lo encontró, probablemente, a la semana de conocerlo. Pero todavía necesite dos años para enamorarme.

En el final de su cuarto encuentro, luego de llegar a la conclusión de que no hay esperanza para su amor, se despiden interpretando nuevamente la ópera que los unió y besándose, provocando esto, que Serafín agonice por un mes. No sé si se puede morir de amor, pero lo que sí sé es que, si tal cosa existe, el amor de Serafín y Brunilda no es suficiente como para agonizar por un mes.

Igualmente acá, me gustaría apartarme por un segundo de la consigna y hacer una crítica como lectora. Hace un par de años que mi lectura de romances se disminuyó considerablemente, supongo que como consecuencia de haber leído demasiados cuando era más chica. Sin embargo, para mi ocasional lectura de estos tengo una regla: a la cuarta vez que pongo los ojos en blanco porque alguna parte me parece extremadamente irreal o empalagosa, cierro el libro y continúo con otro. Este capítulo fue la cuarta vez que puse los ojos en blanco, y me costó mucho no cerrar El final de Normadespués de leerlo.

Suelo tomar esta medida tan drástica, porque me parece que estos momentos son completamente innecesarios y no hacen más que dañar la historia. Es mucho más interesante; mucho más épica; mucho más romántica, por lo menos a mi manera de verlo, una historia equilibrada, lo más apegada a la realidad que su desarrollo permita (y con esto no me refiero a que no pueda ser distinta o innovadora. Sino a que, por lo menos, deje al lector con la duda de si podría darse en la realidad o no, que cuando lo lea diga: “bueno, esto no es para nada común, pero no me parece completamente descabellado”). En el mundo real, las cosas no son siempre perfectas, la gente tiene discusiones, diferencias, y lo mágico del amor está en sobrellevarlas, en darse cuenta que lo bueno supera a lo malo y seguir adelante.

Por eso no creo que Serafín pudiera agonizar de amor por Brunilda. Si efectivamente se puede morir de amor, ese amor no puede ser el fruto de una relación de dos días (si contamos solo el tiempo que ellos pasaron juntos y no los lapsos de tiempo entre ellos), cuya única base es la belleza y el talento musical y la única adversidad que atravesó es la imposibilidad de estar juntos por estar ella prometida a otro. Este capítulo, desde mi punto de vista, no tiene nada de épico ni de mágico: es simple y sencillamente irreal.

Y creo que por ahí también gira la discusión en torno al amor a primera vista. La gente dice que supo que iba a pasar el resto de su vida con su esposa o esposo desde el primer momento que la vio o lo vio, porque cree que hay magia atrás del amor a primera vista; que lo vuelve más épico, más romántico, que va a arrancar suspiros a cualquiera que escuche su historia y los va a dejar soñando con algún día tener su misma suerte.

Yo nunca soñé con enamorarme a primera vista. No cambiaría esos dos años que me tomó darme cuenta de que estaba enamorada por nada. Ese proceso en el que lo fui conociendo, compartiendo cosas con él, disfrutando de su compañía, dándome cuenta de lo que sentía era algo más que amistad, fueron para mí mucho más mágicos que cualquier historia de amor instantáneo, y eso que leí muchas.

Así que, mi pregunta no es si existe el amor a primera vista sino: ¿qué tiene de divertido enamorarse a primera vista? ¿Qué hace al amor a primera vista más especial que el amor que aparece con el tiempo? Quizás, algún día, alguien logre convencerme de que existe y de sus ventajas; quizás algún día me vuelva más confiada y más espontánea y yo también me enamore a primera vista. Hasta ese día, siempre voy a preferir Cumbres Borrascosas antes que El final de Norma.

 

Guadalupe Fernandez Mehle (21)
Estudiante
guadafmehle7@gmail.com