La literatura surcoreana (y una peculiar costumbre local)

Por Ada Inés Sánchez Echevarría.

Si empiezo esta reseña contándoles que hace unas semanas descubrí la literatura surcoreana y que estoy completamente encantada, seguro se extrañarán mucho y pensarán, primero, cómo fue que di con ella viviendo en este lado del planeta y, segundo, qué tiene de especial como para ameritar una reseña en Sed Contra.

Respecto de lo primero, solo diré que el proyecto de la Library of Korean Literature y Dalkey Archive Press de dar a conocer en el mundo angloparlante (y, yo agregaría, en todo Occidente) la obra de autores surcoreanos desde 1930 hasta la actualidad, realmente logró su objetivo, encontrando adeptos que de otra manera jamás hubieran descubierto estas maravillas.

Respecto de lo segundo, tengo un poco más para decir. El primer libro que leí de un autor surcoreano fue At Least We Can Apologize, de Lee Ki-ho. Es la historia de dos muchachos —los “pilares de la institución”— que de pronto se encuentran en libertad, luego de haber pasado muchos años en una especie de cautiverio del cual no tenían intención de escapar (lo cual me hace pensar si realmente era un cautiverio, pero eso quedará para otro momento). Con mucho humor y sobre todo con mucha ironía, el autor nos introduce en la nueva vida de estos chicos y en el proceso por el cual descubren que, si en algo destacan, es en su capacidad para disculparse. Sí, así de simple. Ahora bien, lo curioso es que descubren que son excelentes en pedir disculpas no solo por sí mismos, sino también por otros.
En su retorcida y muy inocente visión del mundo, estos peculiares personajes viven bajo la idea de que toda falta debe tener como lógica consecuencia una disculpa. Solo así se mantiene el equilibrio y el mundo puede seguir. Si a una falta no le sigue una disculpa, el orden se altera y la sociedad no puede funcionar adecuadamente:

After we confessed a wrong, we always made sure to commit it. That was on account of our feeling unsettled after having the confession in our head all day long. So, on days we said we didn’t take our medicine, we really threw it away instead of taking it. On days we said we’d cursed the superintendent in the bathroom, we really cursed him. We made sure to commit exactly the wrongs we confessed, and only those wrongs [1].

Ni más ni menos. El justo equilibrio. Y así hasta las últimas consecuencias, como Si-bong y su amigo van demostrando con sus peripecias a lo largo de la historia.
Luego de casi 200 páginas y de mucha risa, el libro me ha hecho reflexionar sobre algo inesperado: el equilibrio entre el bien y el mal. Sobre si siempre debe haber una correspondencia entre lo bueno y lo malo. Sobre si realmente podemos seguir —o cómo— cuando el orden ha sido alterado, cuando a una acción no le sigue su lógica reacción.

Estaba en ese debate cuando me encontré con un artículo muy interesante en The New Yorker, titulado “Sorry not Sorry” (¡cómo no!)[2], que explica que los surcoreanos creen mucho en la importancia de pedir perdón. ¡Vamos! Es que su lema nacional podría ser: “Pide perdón primero. Pero sobre todo, pide perdón”. Y, aquí entre nosotros, mejor pecar por exceso que por defecto, ¿no? Me gusta esta idea de pedir perdón como una especie de acto reflejo. Al fin y al cabo, vale más un perdón pedido a tiempo que uno extemporáneo. Y, ante la duda, mejor haber perdido perdón cuando era el momento que haber llegado tarde y perdido la oportunidad. En todo caso, a uno siempre le quedará la tranquilidad de haber hecho lo debido.

Claro que en At Least We Can Apologize el autor lleva esta costumbre de disculparse al extremo del ridículo y dudo que eso tenga algo que ver con la realidad surcoreana. Sin embargo, la exageración es graciosa —y resulta verosímil— por lo profundamente incorporada que está esa práctica en la cultura de la que proviene el autor. Evidentemente, el libro se burla de la necesidad y la expectativa constante por el perdón. Sin embargo, al burlarse nos abre la puerta a una cultura desconocida y, al menos a mí, me lleva a ver el mundo desde otra perspectiva y a replantearme en qué tipo de sociedad quiero vivir, en cómo quiero convivir.

He tenido la suerte de que, después de mi excelente experiencia con Lee Ki-ho, un querido amigo que vive en Corea del Sur me regalara otro libro de aquellas tierras: The Vegetarian, de Han Kang [3]. Luce prometedor. Tal vez en algunos meses pueda contarles con mucha alegría que sigo encantada con el descubrimiento.

Mientras tanto, les dejo un fragmento más de este maravilloso libro, a ver si los convenzo de que le den una oportunidad:

An apology means that you say you’re not going to do the same thing that you did before. That’s all it is. There’s nothing we can do about your feelings, sir [4].

Ada Inés Sánchez Echevarría (29)
Abogada
adainessancheze@gmail.com

Notas:
[1] Lee Ki-ho, At Least We Can Apologize, pp. 26-27.
[2] Disponible en: http://www.newyorker.com/magazine/2015/10/19/sorry-not-sorry
[3] Este otro libro no pertenece a la colección de la Library of Korean Literature.
[4] Lee Ki-ho, Id., pp. 81-82.