Hasta que la edad no los separe: reflexiones sobre un amor de novela

Por Manuela Sancho.

«Para el amor no hay edad», reza el dicho popular o la moraleja novelesca de algún culebrón televisivo. Ahora bien, ¿es esto cierto? ¿Se debe tener una cierta edad para poder amar a otra persona? De ser así, ¿dónde se encuentra establecida esta regla? A continuación analizaré estas cuestiones a la luz de lo narrado en la gran novela de Pedro A. de Alarcón titulada El Capital Veneno, en la que una joven llamada Angustias y el cuarentón Jorge de Córdoba, alias Capitán Veneno se enamoran y finalmente forman una familia.

Claro está que en la ficción, podría esperarse que esto fuera así, que estos personajes iban a terminar juntos; pareciera que una novela no puede terminar sin el célebre «vivieron felices para siempre». Pero más allá de darle al lector el final romántico esperado, cabe preguntarse si esto era posible en la vida real, si una jovencita y un adulto mayor de cuarenta años pueden comenzar una vida juntos. O si, por el contrario, la diferencia de edad es un freno a la hora de enamorarse.

En primer lugar, quienes sostienen que para el amor sí hay edad dicen que para que una pareja sea duradera es necesario que ambas personas estén en un rango de edad similar. Esto, por una cuestión de madurez; en caso contrario, ambos estarían atravesando etapas de la vida distintas, con diversas inquietudes, anhelos y proyectos. Es cierto, una persona adulta y un niño son claramente extremos donde no hay compatibilidad. Sin dudas un infante no cuenta con el discernimiento suficiente para comprender lo que implica unirse a una persona por el resto de su vida, así sea que lo haga con otro niño de su misma edad. Sin embargo, cuando se pasa el umbral de la niñez, dentro de la juventud y adultez, las personas pueden comprender y decidir por sí mismas si comenzar una relación o no.

A esto se suma, además, que la edad revelada por nuestro año de nacimiento no siempre coincide con nuestra «edad mental» o madurez. Todo dependerá de las circunstancias que nos haya tocado atravesar en la vida. En la novela de Alarcón, por ejemplo, se da algo extraño: Angustias parece en muchas escenas —por no decir en todas— mayor que el Capitán Veneno. Este hombre parece más bien un niño caprichoso encerrado en el cuerpo de un bravo hombre. Su malhumor constante y rebeldía parecen la consecuencia de su duro pasado, marcado por la muerte de su madre y seguido del suicidio de su padre cuando él era tan solo un niño. Además, estuvo durante su niñez pupilo en una escuela, cuya soledad solo le debe haber aumentado las cicatrices de haber conocido muy vagamente lo que es sentirse amado por una familia.

Siguiendo este análisis, al hacer una indagación en la psique del Capitán, se puede observar que su comportamiento es propio de un niño que no puede manifestar verbalmente lo que le sucede, y que lo hace modificando su actitud; su odio hacia el mundo, y en especial hacia él mismo, se debe a la falta de amor que lo hace sentirse indigno de ser amado. Vive cargando la cruz de haber sido abandonado nada más ni nada menos que por sus padres, ya sea por designio de la naturaleza o porque su padre decidiera quitarse la vida, como si su existencia no fuese razón suficiente para seguir viviendo. Esta es la razón por la que no se atreve a amar, por la que no se atreve a mostrar ni el más mínimo de sus sentimientos. No es más que una coraza con la que este valiente capitán enfrenta la más difícil de sus batallas: superar la culpa y valerse por él mismo.

Al margen de lo despreciable que pudiera ser su comportamiento para los demás, era él mismo el que permanentemente se describía con aberrantes palabras; basta con leer su mensaje de presentación: «¡[l]ástima que no hayan ustedes hecho esa buena obra por un hombre mejor que yo! ¿Qué necesidad tenían de conocer al empecatado Capitán Veneno? »[1]. Así es como se encargaba de explicarle a todo el mundo que él era un ser despreciable, de no agradar a los demás, como si ese fuese el único camino posible y resignado a que ser querido no era una opción. Permanentemente tenía actitudes de, como lo llama Alarcón, «un niño cuarentón», que buscaba esa calidez del amor maternal que lo contenga y le enseñara a amar.

Angustias, por otra parte, más que una jovencita parece toda una mujer. Será quizás por haber perdido a su padre en un campo de batalla y haber tenido que llevar adelante un hogar junto a su madre, a quien también cuidó y apoyó en sus últimos días. Una madurez admirable, la misma madurez y honradez con la que, al morir su madre, pretendía comenzar a trabajar y valerse por sí misma. Y fue esta muchacha, en esa cruda lucha que afrontaba el Capitán, quien con su paciencia infinita fue capaz de vencer su resistencia, cuidarlo y hacerle notar que era un hombre valioso y de buen corazón, con tanta capacidad de amar y ser amado como cualquier otro ser humano en la tierra. Ante los desagradecidos tratos de este irreverente hombre, ella respondía con ignorancia o con humor, dos cosas que sólo hacían irritar más a su huésped. No es casual que él la llame «Doña Náuseas», ciertamente esta muchacha le provocaba sensaciones que ni él mismo podía imaginar, repetía una y otra vez cuánto odiaba sus actitudes, pero no era más que una forma de tratar de convencerse él mismo, de negar la realidad que era que cada día se enamoraba más perdidamente de ella.

En el mismo sentido, creo que más que una cuestión de compatibilidad en razón de la edad y de las etapas de la vida que se están atravesando, el punto está en las cualidades personales; eso, en definitiva, es lo que hará que dos personas se enamoren: el complementarse y apoyarse mutuamente. En la novela de Alarcón, las personalidades de Jorge y Angustias parecían encajar como piezas de un rompecabezas. Él, irreverente e insolente, necesitado de un amor que sane sus heridas del pasado con comprensión y ternura, que le enseñe a amar y a ser amado. Ella, que quedó sola en el mundo, necesitaba un hombre que la acompañe y proteja el resto de su vida. En estas circunstancias es que ambos coinciden y, de a poco, se van enamorando. Ambos trataron de evitar lo inevitable: iban a terminar juntos porque cada uno tenía lo que el otro necesitaba.

Y aquí la edad no sólo que no fue un motivo para impedir su amor, sino que en todo caso fue de gran ayuda. Fue la edad de cada uno lo que le dio la personalidad que el otro necesitaba. Angustias, gracias a su corazón puro y joven, tuvo la capacidad de ver que dentro de ese cuarentón se encontraba un niño herido por el pasado, una persona de buen corazón que sólo necesitaba que lo alienten a demostrar todo el amor que tenía para dar. Esta joven no sólo le salvó la vida rescatándolo de una balacera y cuidándolo en su hogar; ella lo salvó más de lo que él se hubiese imaginado: lo salvo de una vida en soledad por culpa de los fantasmas de su pasado. Cada vez que con delicadeza curaba sus heridas, lo alimentaba y entretenía, inconscientemente no estaba curando una pierna fracturada, sino un corazón con años de pesares y de dolor. Con una paciencia hasta por momentos maternal, logró lo que ni el propio Capitán Veneno hubiera podido representarse: formar una familia repleta de amor. Él mismo se lo dijo a Doña Teresa, madre de Angustias: «[…] yo no he nacido para amar ni para que me amen, ni para vivir acompañado, ni para tener hijos, ni para nada que sea dulce, tierno y afectuoso…»[2]. Y en el final de la historia se lo ve jugando en el suelo como un chiquillo más, acompañado de sus otros hijos.

Jorge, por su lado, gracias a sus cuarentones años, contaba con la madurez y la experiencia suficientes para proteger y velar por el futuro de Angustias; los golpes que la vida le diera durante tantos años se transformaron en una necesidad extrema de dar amor, a pesar de que intentó evitarlo. Ella no quería un galán de telenovela ni un multimillonario que cumpliera sus caprichos; ella quería un amor verdadero y sincero, una familia que reemplazara la que la vida le quitó, una compañía para toda la vida. Jorge la conquistó —aunque ni él mismo pueda creerlo— con su dulzura, con el amor paternal y tierno con el que la contuvo al morir su madre y con el que le juró nunca dejarla desamparada.

Qué equivocado resultó estar el Marqués de los Tomillares, el primo del Capitán Veneno al decirle a las mujeres: «Jorge no puede enamorase, ni lo confesaría, aunque se enamorara, ni mujer ninguna podría vivir con semejante erizo… »[3] .Ciertamente, eso es lo que Jorge a primera vista aparentaba, y ni siquiera alguien de su propia sangre pudo desentrañar el hombre que en verdad había dentro de ese cuerpo. No sólo pudo enamorarse, sino que también una hermosa joven se enamoró de él y fue quitándole una a una sus espinas para demostrarle que podía amar sin lastimar, sin envenenar. Angustias vio en él lo que los demás y él mismo no veían, y esto fue en parte gracias a su joven corazón sin corromper.

Así es como estos personajes le dieron revancha a los designios de la vida. Esto iba más allá de la edad; aquí lo que importaba era complementarse, necesitarse el uno al otro, entender que la vida no era la misma si no se tenían al lado, ya sea para jugar al «tute», para discutir, o para lo que fuera. Se necesitaban el uno al otro, para salvarse, y eso es algo que ningún DNI puede contradecir.

A modo de conclusión podría decirse que ciertamente, en el marco de los «ideales», lo mejor sería que una pareja este constituida por personas de edades similares, para que transiten juntos las distintas etapas de la vida que les quedan. Sin embargo, estos ideales no existen; nada garantiza que la pareja ideal este constituida por personas de la misma edad. Si estas personas, a pesar de ello, no se aman, no se complementan, están condenadas al fracaso. Lo que nos determina a amar a una persona no es la edad: es la capacidad de ambas personalidades de complementarse para nutrirse entre ellas y crecer como seres humanos.

No hay un manual que nos enseñe a amar, que nos brinde la receta para la relación perfecta y duradera, que nos dé las reglas respecto a la edad y demás condiciones personales que tiene que tener nuestra pareja. El amor no es algo que las personas puedan manejar según su voluntad y conveniencia; si fuese así, Romeo y Julieta se hubiesen ahorrado unos cuantos disgustos, incluso su propia muerte; Angustias se hubiese buscado un candidato más joven y probablemente de mejor talante que este Capitán y se hubiese ahorrado mucho tiempo tratando de ablandar ese corazón de piedra, pero también  se hubiese perdido la dulce sensación de sus abrazos, su contención, la fortuna de ser la receptora de todo ese amor que él llevaba guardado cuarenta años; ese amor puro que solo estaba esperando ser correspondido para poder salir a la luz.

¿Esto podría haber pasado en la vida real? Es probable. Sin embargo, lejos está la vida real de ser una novela española decimonónica: a veces las relaciones funcionan y a veces no. De haber existido estos personajes hubiésemos desconocido el desenlace de Angustias y de don Jorge de Córdoba. Lo que sabemos es que, en primera instancia, si hay amor y buenas intenciones es el inicio correcto. Si las personas no tuvieran edad, o si esta no fuese revelada por nuestra documentación y por las arrugas de nuestro rostro, ciertamente amaríamos igual: porque para el amor,  no hay edad.

 

Manuela Sancho
Estudiante de Abogacía
manuela.sancho@hotmail.com

 

[1] Pedro A. de Alarcón; «El Capitán Veneno»; Ed. Sopena Argentina; Buenos Aires; 1958; pág. 14.
[2] Pedro A. de Alarcón, op. cit; pág. 31.
[3] Ibídem; pág. 20.