Un profesor suelto en África

Por Irene Benito.

Antes de leer Un profesor suelto en África, creía que el periodismo era el oficio más maravilloso del mundo y la forma más sofisticada de ser pobre. Ahora tengo dudas de sobra. Sucede que Santiago Legarre, por lo visto, ha estado en los lugares más deslumbrantes ejercitando la docencia, y ha conseguido viajar gratis, y acceder a experiencias turísticas selectas a partir de sus vinculaciones con colegas e instituciones extranjeros. Pensé que esas cosas sólo nos sucedían a los periodistas. Resulta que Santiago Legarre puede dar cátedra magistral sobre Derecho Constitucional, pero, también, sobre cómo hacer que el mundo se le rinda a sus pies.

La suya es una obra para docentes que se sienten limitados y frustrados; para docentes ávidos de conocer las aulas que pueblan el planeta y no saben cómo o por dónde empezar. Seguramente este texto los inspirará y aleccionará. Legarre consigue probar que las únicas fronteras son las mentales, y que esas también ceden con la dosis adecuada de audacia y valentía. Los “no” existen para ser vencidos: no son imposibilidades, sino meros desafíos.

En ese sentido, hay en su libro autobiográfico una descripción pormenorizada de gestiones, de ilusiones y decepciones, de puertas que se cerraron para que otras se abriesen… Un conjunto de vicisitudes burocráticas y encuentros fortuitos produjeron las condiciones apropiadas para que Legarre desembarcara en Kenia no una sino cuatro veces y, a partir de esa base, ampliara su perspectiva hacia destinos más distantes y exóticos todavía. El libro se llama Un profesor suelto en África, pero contiene una yapa asiática: India. Y si los itinerarios siguen adelante con el mismo ímpetu, no sería extraño encontrar al profesor argentino suelto en Oceanía y Oriente Lejano. En su horizonte académico asoman otros destinos y la continuidad de la saga libresca. Todo indica que Legarre no se quedará quieto.

Aunque el autor no lo haya precisado, su obra es un diario de viajero. En esta crónica personal convergen la pasión por la enseñanza del Derecho con la pasión por los animales salvajes. Rectifico: la pasión por la educación y la transmisión del conocimiento, y la pasión por la vida silvestre y la naturaleza en su sentido más profundo. Esta última afinidad, según comenta, se remonta a su niñez en Buenos Aires y a los juegos inventados con la fauna de plástico que guardaba en una caja de Chandon. Será por eso que hay mucho de niño en Un profesor suelto en África: goza como un chico el catedrático que va a los safaris y no se retira del parque hasta haberse dado un panzazo de avistajes. El libro es un safari en sí mismo donde, con la sabana como telón de fondo, es posible imaginar a Legarre escrutando a sus adorados leones, leopardos y elefantes.

El diario sazona la aventura africana con detalles prácticos y relatos humanos que confieren emoción y sustancia duradera a las vivencias. Cual colono de la educación, el profesor se encuentra con alumnos que conquista y lo conquistan, con alumnos que interroga y lo interrogan, con alumnos con los que tiende lazos intensos, que no son los típicos de la universidad. A Legarre le gusta que le digan que es un educador no convencional, un tanto extravagante y excéntrico. Pero sobre todo le gusta que lo recuerden y lo esperen. Pienso en Gabriel García Márquez, que dijo que escribía para que lo quisieran. Mutatis mutandi, Legarre enseña para que lo quieran.

En su libro hay recurrentes alusiones espirituales. Orar, viajar, dar clases y jugar al fútbol en un potrero perdido son haces de la misma luz que irradia su fe. Legarre compatibiliza rezos, misas y templos con la convivencia interreligiosa y la curiosidad por las culturas y tradiciones extrañas. Es un buen exorcista de sus propios prejuicios, y un católico compasivo con los pecados propios y ajenos.

Un profesor suelto en África presenta la gracia de los buenos cuentos: el autor da todas las pistas, pero no devela el final de la película. Es un libro que transmite admiración por los kenianos, y paciencia ante sus imprecisiones y modus vivendi. Legarre tiene la caballerosidad de explicar las diferencias y de invitar a comprender. Es docente hasta cuando escribe su propio diario y, quizá por eso, cumple con creces la misión de ofrecer una versión distinta del estereotipo de África y de incitar a conocer con los binoculares de lo verdadero. De todo lo dicho queda una frase recogida en una aldea de Masái Mara: “nosotros tenemos relojes, ellos tienen el tiempo”. O, lo que es lo mismo decir, nosotros estamos apurados, ellos viven. Si esto es así, entonces África no es sólo el paraíso de Santiago Legarre, sino un reducto de sabiduría para la humanidad entera.

 

Irene Benito
Abogada y máster en Periodismo
ibenito@lagaceta.com.ar

 

Publicado en Sed Contra 26 del 1° de diciembre de 2017.

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