El 2018 en novelas

Por Santiago Legarre.

Little Women, de Louisa May Alcott, fue el libro con el que empecé el año y disfruté mis vacaciones bonaerenses. Estamparé acá, con vagancia excusable, lo que oportunamente escribí a la inefable Lista de Nicky: “Algunas mujeres de esta lista habrán leído Mujercitas, de chicas (seguramente en una versión abreviada), mientras que los varones de la lista siempre habrán sospechado, dado ese título, que ese libro debería quedar fuera de su alcance. Lamentablemente, muy poca gente se da cuenta de que Little Women es, principalmente, un libro para grandes, tanto varones como mujeres. ¡Y qué libro! Sin duda de lo mejor que he leído en mi vida, y con la pluma de un clásico (o más bien de una clásica). A la vez que entretiene, destila sabiduría y realismo sobre todos los temas importantes de la vida, desde la muerte de un niño hasta la amistad entre el varón y la mujer, pasando por la soltería y por la situación de las mujeres “varonengas”; y también por la diferencia de edad en el matrimonio y el rol del trabajo profesional para las mujeres, y la pobreza, y…”.

Pasé de un libro largo a otro libro largo, Armadale, de Wilkie Collins, el mejor amigo de Charles Dickens. Recuerdo que cuando hace tiempo leí La piedra lunar, de Collins, diez años luego de haber leído su novela más famosa, The Woman in White (que me había fascinado), pensé: The Moonstone es todavía mejor que La dama de blanco. Pues ahora digo lo mismo de Armadale, la más larga de las tres (a la que se aplica por tanto mi refrán: “Lo bueno, si largo, dos veces bueno”). Como dijo nada menos que T.S. Eliot, “esta novela atrapa de punta a punta”. Por si alguno se anima a leerla, y sobre todo por si ese alguno es mujer, le advierto: el autor es un toque machista estereotipado para mi gusto, aunque de un modo sutil y gracioso.

Seguí con un tercer libro largo: East of Eden, de Steinbeck. Desde que vi en un avión la versión fílmica de Of Mice and Men juré no leer a Steinbeck. Pero bueno, vale contradecirse en estas trivialidades. Y menos mal, porque amé East of Eden. Lo que más me gustó del libro: entender mejor, gracias a él, algo que sospechaba: los niños (y obviamente también los jóvenes) no son muy distintos de los grandes, llamados adultos.

Una palabra sobre “East of Eden”, the movie (1955). Mientras leía, mucha gente de cierta edad que me veía libro en mano me decía: “Ah, la película que hizo famoso a James Dean”, quien, ese mismo año, actuó en “Rebelde sin causa” y al poco murió, lo cual sin duda lo hizo más famoso. Los diálogos entre Dean (Cal) y su madre, la “madama”, tal como los ensaya el film, confirman que nada ha cambiado en la adultez joven.

Por una cuestión de fidelidad, me hice de la flamante novela del amigo Javier Marías, Berta Isla —un regalo de Guillermo Cabanellas, a quien hace un tiempo contagié el virus—. La devoré en una semana de Key Biscayne. De lo mejor que ha escrito el gallego en los últimos tiempos. Aunque larga como pocas (de las suyas). Y guarra como casi todas. También en el exterior, esta vez en Nairobi, leí My Family and Other Animals, del zoólogo Gerald Durrell. En realidad, debería decir que lo releí, pues lo había leído en la época del colegio. Para el amante de los animales es una divertida caja de sorpresas. Y tiene un capítulo que transcurre en… ¡Buenos Aires!

De regreso al pago, volví a los ladrillos y encaré un Masters 2000: La montaña mágica, de Thomas Mann. Como me dijo el amigo alemán que me lo regaló: “el libro nacional alemán por excelencia”. Me encantó y disfruté enormemente su lectura. Para mí, el tema de la obra es la adolescencia (y los gustos y las preferencias de un adolescente, incluida la manera inmadura en que concibe el amor). La adolescencia es un periodo de la vida que naturalmente coincide con cierta edad joven (a la que se refiere Evelyn Waugh en «Brideshead…» cuando habla de “the languor of youth”); pero también es una decisión. Hay gente que opta por permanecer o ser adolescente y en la novela los hay muchos, de edades muy dispares. Hoy también está lleno de gente que elige ser adolescente. Este libro permite entender la adolescencia. El problema es que no estoy seguro de que pueda entenderla alguien que se encuentra sumido en ella, pues puede ocurrirle algo parecido a lo del círculo vicioso o a la situación del que está totalmente rodeado de nieve (como Hans Castorp, el protagonista, en una escena en la que se pierde en una tormenta), al cual le puede costar darse cuenta de que todo eso blanco es nieve. Mi personaje favorito —y no porque sea ejemplar— aparece al final y es Mynheer Peeperkorn; y entre Settembrini y Nafta (los debatidores más famosos de la historia de las novelas), me quedo con el primero, a pesar de que sea masón.

Emprendí en la segunda mitad del año dos viajes cortos, uno a Chile y otro a Italia. Al primero, me llevé El tunel, de Ernesto Sábato, que me gustó, sin que me volviera loco de gusto. Al segundo, acarreé Clases de literatura, de mi autor argentino favorito: Cortázar. Fue un error leer ese libro (o más bien leer partes, pues solo eso hice). No me interesa saber cómo se hizo Rayuela ni cuál es la interpretación que de los Cronopios realiza su autor. Caí en la trampa de la curiosidad y salí perdiendo. Por supuesto que leer la voz de Cortázar, en esas clases improvisadas que dio en Berkeley en 1980, poco antes de morir y observar cómo contesta las preguntas, impertinentes algunas, de los alumnos tiene su encanto, y, como profesor, aprendí cosas de su genio y frescura, a la vez que rechacé su ligera complacencia que lo llevaba a bienvenir a los alumnos obsecuentes.

En Tucumán —otro viaje corto— encaré más cosas de corto aliento: ¡Ay Cordera!, del genial Clarín; y el relato ficcional de Alejandro Dumas sobre la vida de Miguel Ángel, incluido en su inverosímil pero atrapante libro Pintores del Renacimiento.

Anne of Green Gables fue un gran hallazgo del 2018. Solo una gran ignorancia justifica que haya sido tan tardío. Fue escrito a comienzos del siglo veinte por la canadiense Lucy M. Montgomery, supuestamente para niños (y más que nada niñas), lo que me resisto a creer dado el permanente sarcasmo de la autora. Tiene seis secuelas. ¡A por ellas!, pero con dosificación.

Un nuevo viaje corto; un nuevo libro corto: mi primer Hemingway, The Old Man and the Sea. Me gustó. Todo lo animal (marino) del libro, en mi caso suma bastante al balance global.

El fin del año me agarró con un larguísimo libro de Dickens en la mano. Pero eso lo dejo ¡para el año que viene!

Santiago Legarre (51)
Lector
salegarre@yahoo.com