Por José Ignacio Jofré.
La belleza es uno de los temas transversales en la vida del hombre que desde los primeros tiempos y más aún en la actualidad nos impregna y mantiene en vilo. Sobre esto, se ha escrito un sinfín de hojas, de todos los géneros literarios. En toda nuestra literatura, la encontramos siempre presente, ya sea a través de la religión, la historia y hasta en la misma naturaleza; pero más aún, cuando esa belleza se encuentra encarnada en las personas, es ahí cuando surgen los grandes amores y desengaños de la humanidad.
Esto, nos hace reflexionar y hacernos muchas preguntas sobre el tema: ¿qué es la belleza? ¿Será un sentimiento subjetivo o acaso es algo objetivo? ¿Sólo se puede percibir por la vista o hay algún otro modo de conocerla? ¿Qué rol juega en el enamoramiento de las personas? ¿Es acaso lo más importante para el amor? Estos cuestionamientos aparecen en la vida de todo hombre pensante, al menos una vez, y no siempre los llevan a las mismas respuestas. A priori, dependerá mucho del ambiente sociocultural en que se mueve, de su formación filosófico-religiosa y, por último, de su cosmovisión sobre la vida.
He querido abordar todos estos interrogantes desde el análisis de la novela Marianela, del escritor español Benito Pérez Galdós. En esta obra, Galdós, con gran elocuencia y a través de su atrapante prosa, trata dos tópicos centrales, como lo son la belleza y el enamoramiento. Ambos conceptos se ven abordados desde el rol que juega la vista (visión como sentido) para su percepción y para la formación de conceptos.
El rol de la vista se trata mediante el contraste de los dos protagonistas. Por un lado, se encuentra Marianela (la Nela), que era una joven muy pobre, de nula instrucción, huérfana y de apariencia poco agraciada (por no ser cruel y calificarla como un triste error de la naturaleza) pero de un gran corazón y una imaginación que le hacía admirar la belleza del mundo (contrastada con el rechazo que le causaba su propia fealdad). Por otro lado está Pablo Penáguilas, un joven ciego de nacimiento, proveniente de la aristocracia española, con una gran inteligencia y sed por el saber, pero incapaz de asimilar ciertos conceptos o comprender la realidad de su entorno, por no poder percibirlas con la vista.
Para poder comenzar a tratar el tema, que me exhorta a escribir estos párrafos, habría que definir algunas nociones esenciales de la belleza. Remitiéndonos a los textos de filosofía, entre otras ramas, encontramos la metafísica (ciencia que se ocupa por antonomasia del estudio del ente). Lo que nos importa destacar de ella, es su estudio de los trascendentales del ente (lo verdadero, lo bueno y lo bello). Santo Tomás de Aquino enumera tres elementos que constituyen la belleza objetiva. Estos son: la integridad (ser completo, perfecto, etc.), la claridad (inteligibilidad, luminosidad, que facilite el poder ser conocida por otro intelecto, etc.) y la proporción (simetría, armonía, etc.).
Pero el término “belleza”, puede sonar muy ambiguo y traer aparejado diferentes apreciaciones sobre su esencia, por lo que el común denominador de las personas sostiene que es un concepto meramente subjetivo (una cosa puede ser bella o no, dependiendo de la apreciación particular). Sostener esta mera premisa, sería caer en una falacia, en un reduccionismo de lo bello a una apreciación personal. Ello pasaría a ser una cuestión de gustos, sentimientos o estado de ánimos, negando así, la existencia real de una belleza objetiva.
Para resumir la cuestión, lo bello es lo que hace que una cosa sea apetecible a nuestro intelecto, que en ella nos regocijemos, que tendamos naturalmente a ella y la deseemos. Santo Tomas de Aquino define a la belleza como “aquello que agrada a la vista” (quae visa placent). Esto nos hace prestarle especial atención al rol que cumple la vista en la formación de conceptos y en la apreciación sobre la belleza de las cosas. La vista es de los cinco sentidos aquel por el cual percibimos primero las cosas y nos formamos un concepto de ellas. Es la que nos da la capacidad sensorial de conocer el entorno a través de los estímulos visuales; conocer la forma, el color, el tamaño y la belleza física de aquel. El rol de la vista con relación a la concepción de la belleza y el enamoramiento se ve relatado en la novela de una manera excelsa por Galdós, contrastándola en la Nela y el ciego.
Nela vivía paseando por las minas, ríos y bosques, admirando la gran belleza de la naturaleza. Ella, por su nula instrucción, había adquirido una forma muy particular de concebir la naturaleza (montañas, ríos, astros, etc.), dándole un toque fantasioso y muchas veces pagano, admirando toda la grandeza y belleza que la rodeaba. Pese a no haber sido instruida, tenía una especial devoción por la Santísima Virgen María; en ella veía plasmada la belleza humana en su más perfecta expresión. La Nela tenía una gran obsesión por la belleza de las cosas, tal vez por causa del trauma psicológico que ella sufría por causa de su horrible apariencia física. Esta maquinación mental también fue causada por el constante rechazo de las personas, la soledad, y abandono sufrido en su vida (a causa de su fealdad y de su inutilidad para el trabajo).
Marianela, en contraste con su apariencia, tenía un gran corazón que la hacía querer a todas las personas, sin importar que la rechazaran. Su deplorable vida, halló un rayo de luz cuando conoció a Pablo y comenzó a ser su lazarillo. Nela llevaba de paseo a Pablo y lo ayudaba a comprender la forma y belleza de las cosas (cosa que el ciego no podía hacer, a causa de su condición). Ella adoraba a su amigo y lo amaba con todo su corazón, porque mientras que el mundo la rechazaba por su apariencia física, él, que no notaba dichos defectos, la adoraba por su forma de ser (amable, caritativa, noble, etc.).
En cambio, a Pablo, por ser ciego de nacimiento, le costaba comprender la belleza de las cosas. Aun así, movido por su gran intelecto, estaba apasionado por que le enseñaran a distinguir lo feo y lo bello (tarea encomendada a su lazarillo). El ciego tenía un gran corazón, pero, por su incapacidad de ver, se diferenciaba del resto porque amaba a las personas, no por su físico, sino por las ideas que él tenía formada de ellas (de sus virtudes intelectuales y morales). Pablo amaba a la Nela por su forma de ser y sentía que de ella emanaba una gran belleza (de espíritu).
La relación y el amor entre Marianela y el ciego se complica cuando ellos se enteran de que el Dr. Teodoro Golfín (oculista) operaría a Pablo y posteriormente él recupera la vista. Aquí es cuando ese perfecto amor (ciego) que existe entre los dos se ve turbado, por la gran angustia y miedo que comienza a infundir en Nela, la idea de que una vez que Pablo recobrara la vista, no la amaría más (a causa de su fealdad). Esta profunda obsesión por la belleza y el miedo a ser rechazada lleva a Nela a alejarse de su amo, luego a intentar de escapar de las minas, hasta a llegar al punto de intentar suicidarse por el horror que esto le causaba.
Este problema existencial, en el que gira la trama de la novela, se ve claramente reflejado en la sociedad de hoy en día. Ello es así por la gran importancia que se le da en el amor a la vista, en tanto aquellos que la tienen, se dejan guiar solamente por ella (por lo sensorial), exaltando la belleza física y dejando de lado la belleza mas importante y trascendente, que es la del espíritu. En cambio, el ciego, al no guiarse por los conceptos generados por el mundo físico, llega a amar no por la belleza exterior, sino por la interior.
Estas premisas nos hacen reflexionar sobre qué valor que le damos a la belleza física y a la espiritual. Por ello, no se puede concebir al hombre solo desde el punto de vista físico, ya que tiene una doble conformación, consistente en la unión del cuerpo y del alma (espíritu). Esta verdad indubitable, nos permitirá analizar el rol que le dará a la vista en el enamoramiento: una persona inmanentista y otra regida por la trascendencia. El primer tipo de persona va a tender a amar lo que ve, lo físico. Mientras que la otra, en miras de lo trascendental, tendera a amar, no sólo a través de lo visible, sino por lo percibido por intelecto y el espíritu.
Muchos dirán que esto es una mera apreciación desde el punto de vista filosófico y religioso, pero es de gran importancia entender la diferencia entre la belleza física y la espiritual. El inmanentista, guiado solamente por lo físico, está condenado a no poder amar perfectamente. En las coplas a la muerte del Jorge Manrique, encontramos la noción del tempus fugit (el inexorable paso y fugacidad de las cosas por el tiempo), que nos hace entender que la belleza física es algo efímero, pasajero. La belleza de la juventud desaparece con el tiempo hasta llegar a una edad avanzada en la que uno se da cuenta de que eso que tanto adoraba ya no está. Esta belleza física es temporal y cuando se la busca desordenadamente y se la pierde, causa un terrible pesar. El que ama sólo a través de la vista esta condenado a sufrir y fracasar, porque cae en un materialismo y cosificación de la persona.
La búsqueda del amor a través de la belleza concebida desde la órbita espiritual y trascendental es a la que estamos llamados y la que nos perfecciona (nos llena y completa). Esta belleza no se alcanza sólo por la vista, sino que a través de los sentidos (entre ellos, la vista) logramos a una primera aproximación y con el intelecto (la razón) llegamos a su completa cognición. Con este mecanismo conocemos la verdadera belleza de la otra persona y nos posibilita a amarla perfectamente.
Esto nos hace llegar a la conclusión de que la vista tiene una gran importancia en el enamoramiento. Sus efectos serán muy diferentes dependiendo de cómo sea utilizada. Si se concibe de forma materialista, nunca se llegará a amar, sino que se quedará en un mero sentimiento (concupiscencia) y estará condenada a fracaso. En contraposición, si se utiliza la vista como complemento del espíritu (que ordena los apetitos sensibles), se logrará un mayor conocimiento y amor de la otra persona, llevando a la plena realización de la pareja.