Por Guadalupe Fernández Mehle.
¿Cómo reaccionarías frente al peor escenario? ¿Dejarías que te guíe tu corazón o tu cabeza? Cuando ya no podes correr, cuando no quedan lugares a donde esconderse, ¿tomarías el camino fácil o el difícil? ¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar por las personas a las que amas? ¿Darías tu libertad, tu vida?
Todas estas preguntas se plantean tanto en The Secret History, de Donna Tartt, como en If We Were Villains, de M. L. Rio. Y si bien los escenarios de ambos libros son bastante similares —un pequeño grupo de estudiantes universitarios, con un vínculo muy fuerte, que se empieza a volver insostenible hasta el punto en que uno de ellos es asesinado—, las respuestas que brindan a nuestros interrogantes son completamente opuestas.
La primera diferencia está en la historia que las autoras quieren contar. El prólogo de The Secret History nos cuenta quién fue el asesino, quién fue asesinado y cómo: Henry, con la ayuda logística del resto del grupo, empujó a Bunny por un acantilado. Porque lo que Donna Tartt quiere contar no es eso, sino por qué fue asesinado. Cómo la fantasía en la que vivía Henry Winter —el alumno estrella del selecto grupo de estudiantes de griego—, se le fue escapando de las manos y los extremos a los que estaría dispuesto a llegar para sostenerla. Pero, sobre todo, el as que Tartt se guarda bajo la manga hasta último momento: el punto de quiebre. El momento en el que Henry, finalmente, se dio cuenta de que su fantasía ya no existía y nunca la podría recuperar.
Por el contrario, el prólogo de If We Were Villains solo nos devela quién pagó las cuentas y cómo. Oliver está preso; eso es todo lo que sabemos. Sin embargo, creo que si IWWV empezara igual que TSH —contándonos que el grupo de estudiantes de teatro encontró a Richard, medio muerto flotando en el lago, y entre todos decidieron dejarlo morir— no arruinaría en lo más mínimo la trama. Porque lo que Río quiere contarnos es qué llevó a Oliver a aceptar la culpa; qué era tan valioso que merecía pasar diez años en prisión.
La segunda, es cómo está contada. Oliver —el narrador de la historia—, es el protagonista de IWWV; pero, desde mi punto de vista, Richard —el narrador de TSH— no es el protagonista de la historia, sino un testigo. El verdadero protagonista, el personaje sin el cual no habría historia es Henry. Ahora bien, si analizamos los roles de los personajes, Henry (TSH) sería James (IWWV) —ambos los asesinos de sus historias— y Oliver (IWWV) sería Julian, el profesor de TSH, —ambos el punto de quiebre de sus historias—. Entonces, mientras que IWWV está contada por su protagonista, que es quien tiene que decidir hasta dónde está dispuesto a llegar por amor, TSH está narrada por un personaje secundario y le da al rol de protagonista al asesino.
La tercera, es el efecto que sus pasiones tienen en los protagonistas. Mientras que en IWWV los personajes sienten más profundamente el mundo que los rodea, en TSH están completamente desconectados de la realidad.
En IWWV, Shakespeare hace que los protagonistas vean todo con la luz intensa y dramática de sus obras. Cuando el policía asignado a su caso le pregunta a Oliver si culpaba a Shakespeare por algo de lo que había pasado, Oliver le responde que lo culpa por todo: “sentíamos las pasiones de los personajes que interpretábamos como si fueran nuestras. Pero las emociones de un personaje no cancelan las del actor; en cambio, sentimos ambas al mismo tiempo. Imagina tener todos tus pensamientos y sentimientos propios mezclados con todos los pensamientos y sentimientos de otra persona. A veces, puede ser difícil distinguir cual es cual” (1).
En TSH, los protagonistas vivían más en la Antigua Grecia que en la Nueva Inglaterra del siglo XX. Richard explica lo que lo unía a sus compañeros de clase y a su profesor en estos términos: “ellos también conocían este hermoso y angustiante paisaje, que llevaba siglos muerto; ellos habían vivido la misma experiencia de levantar la vista de sus libros con ojos del siglo V y encontrar al mundo desconcertantemente lento y ajeno, como si no fuese su casa” (2).
La cuarta, y la principal, es la diferencia entre Oliver y Julian. A ellos se les plantean los interrogantes que mencioné al principio y uno más: ¿se puede poner condiciones al amor? ¿Podes seguir amando a alguien sin importar lo que haga? Los dos tenían tres caminos a seguir cuando se enteron de lo que Henry y James hicieron: podían llamar a la policía, encubrirlos o abandonarlos.
Henry, que idolatraba a Julian por sobre todas las cosas —“lo amaba más que a mi propio padre (…) Lo amaba más que a nadie en el mundo” (4)—, podía decirse a sí mismo muchas mentiras para poder seguir adelante después de la muerte de Bunny. Llega un momento de la novela en que parece que no siente nada, que es un completo psicópata. Pero todo se termina cuando Julian se entera de lo que hizo y decide irse, sin siquiera despedirse. “Es un cobarde”, Henry le dice a Richard cuando se entera que Julian se había ido “si hubiese estado en nuestro lugar habría hecho exactamente lo mismo. Pero es demasiado hipócrita para admitirlo” (5).
Richard tiene una discusión sobre Julian con uno de sus profesores y este le dice: “No hay nada malo con el amor a la belleza. Pero la belleza —salvo que este unida con algo más significativo— es siempre superficial. No es que Julian elija concentrarse únicamente en ciertas cosas; es que elije ignorar otras que son igualmente importantes” (3). Esta descripción nos permite darnos cuenta por qué Julian decidió abandonar a Henry. Henry dejó de encuadrar en la imagen perfecta que Julian se había construido de él. Ya no era Henry el alumno estrella, sino Henry el asesino. Por eso decidió irse, Henry ya no significaba nada para él.
A la mitad de la novela, Richard nos dice lo que, para mí, es la moraleja de la novela: “el amor no conquista todo. Y cualquiera que crea lo contrario es un tonto” (6). Cuando la policía está a punto de descubrirlos, Henry se suicida, solucionando el problema. Esto se puede interpretar como que lo hizo por amor, para salvar a sus amigos. Sin embargo, desde mi punto de vista, Henry ya no tenía más opciones. Y, además, si solo hubiese sido amor por sus amigos, tenía opciones menos dramáticas; después de todo, él había empujado a Bunny. Pero Henry no concebía una vida en la cárcel, lejos de Julian y de todo lo que amaba, sus libros, su libertad. Henry nunca iba a recuperar su vida, por lo que para él el suicidio era la opción más lógica.
Me es difícil explicar en un párrafo la relación que Rio construye durante toda la novela entre Oliver y James, pero quizás mi explicación de cómo reaccionó Oliver frente al descubrimiento de que había sido James quien había dejado a Richard al borde de la muerte, antes de que ellos lo encontraran, sea suficiente para que quién lea estas líneas se haga una idea.
“Romeo y Julieta”, le contestó Oliver a sus amigos cuando le preguntaron porque le había dicho a la policía que él había matado a Richard en lugar de James. “Si pudiesen ¿cambiarían el final? Qué hubiese pasado si Benvolio hubiese dicho ‘yo maté a Tybalt. Fui yo’” (7). Oliver decidió que el amor que existía entre él y James era más importante que todo. Lo que hizo James no cambiaba nada a los ojos de Oliver: “yo había convencido a James de dejar a Richard en el agua cuando nadie más pudo. Había cometido mis propios errores trágicos y no quería que me exoneren” (8).
Oliver podía vivir el resto de su vida en la cárcel, pero no podía vivir sabiendo que, pudiendo haberlo hecho, no había evitado que James sufriera, no había tomado su lugar.
La gracia de leer un libro es que nos permite ponernos por un rato en los zapatos de sus protagonistas y, a través de sus ojos, ver nuestra vida desde un ángulo distinto, ayudándonos a aclarar nuestra mente cuando se nos presentan encrucijadas parecidas a las que ellos se enfrentan. Tanto IWWV —uno de mis libros favoritos, sobre todo porque es una carta de amor a Shakespeare de principio a fin— y TSH cumplen esta función de una manera especial y nos ayudan a plantear interrogantes fundamentales, estemos de acuerdo con las soluciones que brindan o no.
Guadalupe Fernández Mehle (23)
Abogada
guadafmehle7@gmail.com
(1) Rio, M. L. (2017). If We Were Villains, Flatiron Books, p. 243.
(2) Tartt, D. (2004). The Secret History, Penguin Books, p. 181.
(3) Ídem, p. 442.
(4) Ídem, p.448.
(5) Ídem.
(6) Ídem, p. 203.
(7) If We Were Villains, p. 339.
(8) Ídem, p. 341.