Actividad recreativa en tiempos de pandemia

Por Katia Gavric, Rodrigo Díaz Excoffon y Santiago Legarre.

En este contexto de pandemia se nos presentó la oportunidad de una experiencia de aprendizaje diferente. Debido a la cuarentena, cambió completamente nuestra forma de cursar las materias en la facultad; como es de público conocimiento, los alumnos tuvimos que adaptarnos a la nueva modalidad virtual. Y las clases de Derecho Constitucional no escaparon a aquella circunstancia: luego de la presentación en vivo de cada materia, tuvimos que continuar desde nuestras casas. 

Muchos de nosotros esperábamos con ansias la cursada con el profesor Legarre, y vamos a serles sinceros: las clases por Internet no cumplen con las expectativas de ningún alumno para con lo que debería ser la experiencia académica universitaria. Sin embargo, vez terminada la cursada, el doctor nos trajo una propuesta interesante que nos permitiría acercarnos a esa experiencia tan esperada de la que la pandemia nos privó: esa inmediación personal y el contacto fructífero característicos de las clases presenciales. La actividad propuesta consistió en encuentros todos los martes durante el período de exámenes finales y también durante las breves vacaciones de invierno que le siguieron. Fueron en total siete martes y participamos los dos estudiantes firmantes, más Belén Ravenna, María Victoria Guerricagoitia, Agustina Janka, Pilar Moreyra y Tomás Nogueira.

¿Alguna vez se imaginaron tener un espacio de recreación que sea sobre Derecho Constitucional? Nosotros no.

De chicos era normal que nuestros padres nos mandasen a la colonia durante las vacaciones de verano. Era un lugar de despeje, de diversión, de disfrute y de nutrición (tanto del alma como de la mente). A partir de ahí, asumimos que las actividades recreativas estaban desligadas del ámbito educativo o de la índole académica. Cuando uno habla de despeje usualmente se remite a la actividad física, a la música, a leer un libro, a ver una película… Estos encuentros no tuvieron nada que ver con eso.

Nuestra actividad recreativa fue diferente. Continuamos viendo algunos temas tratados en clase, los profundizamos e intentamos llegar al “razonamiento constitucional”. Para eso tuvimos que superarnos a nosotros mismos, razonar más allá de lo simple y trabajar entre todos para llegar a una solución. Fue un trabajo en equipo, que a veces implicó defender y apoyar la respuesta del otro, a veces ayudar si alguno no sabía la respuesta y otras veces presenciar un silencio incómodo ante las preguntas del profesor. Y es que este fue un punto crucial de los encuentros: Legarre constantemente nos invitaba a aceptar públicamente nuestro desconocimiento, enseñándonos la importancia de hacerlo —pues no hay ninguna vergüenza en ello; es más, así es como eventualmente accedemos al conocimiento—. Tal como él nos decía, nos transformamos en omnipotentes por el simple (no tan simple) hecho de decir “no sé”, siempre seguido de un “quiero saber”, al menos en nuestro caso. Legarre, que nos aclaró que iba a ser un tanto “malo”, nos hacía preguntas y observaciones difíciles, sin darse cuenta de que fue más bien bueno, al ver en nosotros potencial y empujarnos hacia dicho potencial.

 En miras de llegar a este “razonamiento constitucional”, el profesor constantemente se aparecía con lo que él llamaba “juegos”, en los que nos presentaba algún fallo o texto y nos invitaba a pensar un paso fuera de las estructuras convencionales, con preguntas que muy lejos estaban de tener una respuesta simple. En estos “juegos” el profesor abría un debate, a partir del sistema de mayoría de la Corte Suprema, y luego computaba y separaba nuestras opiniones en votos. Teníamos la oportunidad de rectificarnos y adherirnos a otro voto, antes del vencimiento de un determinado plazo (vencido el cual se declaraban a los ganadores).

Además de la presentación de temas relacionados a las clases, los juegos y hasta la discusión de qué película deberíamos ver el fin de semana, algunos alumnos hicimos presentaciones sobre los temas tratados en nuestros ensayos finales. Los ponemos en contexto: durante la cursada se nos dio la oportunidad de obtener un premio, supeditado al hecho de sacar mínimamente un siete en los parciales y tener una participación activa en clase —lo que el profesor llamó “una cursada de sangre, sudor y lágrimas”—. De cumplir con estos requisitos, podríamos presentar un ensayo sobre un tema que nos gustase y estuviese relacionado con aquellos tratados por el profesor o la profesora adjunta, Gisela Ferrari. Dos de nosotros tuvimos la oportunidad de presentar en las clases los temas que elegimos (y otros dos lo harían más adelante, al comenzar el segundo cuatrimestre). Si bien hacer una presentación y tomar la batuta por un momento puede resultar agobiante (y más cuando uno de los espectadores es el profesor mismo), se dio un buen intercambio, en el que incluso el profesor admitió haber aprendido alguna que otra cosa. Y como extraña coincidencia, el último de los temas presentados resultó ser el mismo que el profesor había elegido cuando tuvo que rendir su examen final de Derecho Constitucional cuando era estudiante.

No vamos a mentir: fue todo un desafío, que varió desde preguntas cuyas respuestas nos atormentaron durante días, hasta el tener que paralelamente estudiar para los exámenes finales que se daban por esas fechas. Pero, como dijimos, las clases sirvieron para aprender y, más todavía, para disfrutar. Hemos tenido varios momentos de risa, de desayuno compartido (¡los encuentros eran bastante tempranos!) y una que otra anécdota. Los “encuentros recreativos” con el profesor Legarre resultaron ser una experiencia enriquecedora, la cual se planteó a partir de las adversidades resultantes de la pandemia que nos azota y terminó siendo la verdadera experiencia universitaria que anhelábamos en esta cursada virtual.

KG & RDE

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Se ha dicho con razón que de todo suceso hay tantas versiones como narradores. Paso a narrar yo, desde mi punto de vista, la Actividad Recreativa relatada por Katja y Rodrigo. Y comienzo por contarles que ni ellos ni los otros cinco participantes recibieron nunca la explicación que estoy por estampar. Acaso alguno o, más probablemente, alguna de los siete haya podido imaginar lo que estoy por contar, pero lo dudo.

Esta es la verdad: se me ocurrió convocar a mis estudiantes de Derecho Constitucional I a la Actividad Recreativa por miedo. El miedo es bastante propio de los mayores, pienso mientras escribo; y en este caso, aplica. Porque tenía miedo de quedarme solo durante un mes y medio; de extrañar nuestros encuentros de los martes a las nueve; de extrañarlos a ellos. Eso es todo.

Agregaré, nada más, que si bien Katja y Rodrigo escribieron que “incluso el profesor admitió haber aprendido alguna que otra cosa”, esto es no solamente un understatement, sino que pasa por arriba, comme il faut, el elefante en la habitación: el profesor admite haber aprendido que todavía se pueden hacer locuras y que salgan bien. Porque si es verdad que it takes two to tango, también lo es que todavía quedan estudiantes.

SL

Katia Gavric (20)

Estudiante de Abogacía

katiagavric@gmail.com

Rodrigo Díaz Excoffon (20)

Estudiante de Abogacía

excoffonrodrigo@gmail.com

Santiago Legarre (52)

Profesor

santiagolegarre@uca.edu.ar