Los paréntesis son humanos

Por Pilar Moreyra.

Todas las almas cuenta la historia de un profesor español que transita una breve y tediosa estadía en la ciudad de Oxford. Lejos de ser una autobiografía, la obra conforma con datos reales un cuento cuyo final se nos presenta desde el comienzo, pues sabemos que “dos de los tres han muerto”[1].

Javier Marías[2] logra reflejar el impacto que tienen las personas en el armado de nuestra vida. Captura de ellas su espíritu y esencia, logrando, con recuerdos y reflexiones, que conozcamos almas vivas. Al igual que el protagonista ingresamos a la “ciudad inhóspita y conservada en almíbar”[3], como extranjeros, y salimos de ella cambiados tras conocer los secretos que oculta cada personaje en su mirada cuando ella no va cubierta por un velo.

Toda persona que transita en nuestra vida algo deja. En el caso de nuestro protagonista, su viaje a Oxford se ve entretenido por una serie de personalidades singulares que interpretan en vida la enseñanza de la experiencia. A continuación, intentaré vislumbrar aquello que hace a cada presencia distinguida y única a los ojos del lector; quien conoce a través de la mirada sin velo de un continental.

Considero apropiado dar inicio por el final y citar, en primer lugar, a Cromer-Blake. El inglés es descrito por el protagonista como una figura paterna que le prestará guía y apoyo durante los próximos dos años. Se muestra irónico tanto en sus expresiones como en su profesión, pues, como bien destaca su amigo Toby Rylands, ha decidido estudiar la literatura española en lugar de la propia. Lo que comienza como una amistad académica se consolida como una amistad real, sobre todo, por la complicidad que presta en la aventura que transitan Clare Bayes y nuestro español.

Entre las páginas dedicadas a su nombre destaco la que alude a su diario. (Aclaro que no busco sintetizar su impacto en su enfermedad, pero convengamos que pocas reflexiones son tan ciertas como las que él vuelca en la intimidad de su paréntesis. En este caso una reflexión, cuando no un signo ortográfico doble, también de uso en la novela por el autor. Javier Marías desafía las normas literarias, por poseer título de gran escritor, para lograr impacto en sus largas oraciones con las que por momentos desvía al lector de su original idea; pero siempre converge en una relación de cercanía. Desorienta pero no pierde; con ello alcanza un estilo de escritura único que hace a lo real de las reflexiones y a la encarnación de los pensamientos, pues parecería complejo transmitir lo que uno piensa. Aunque Javier Marías lo hace parecer sencillo al lograr no solo comunicar sino describir toda idea como si nos encontráramos dentro de un paréntesis en los pensamientos de los personajes.)

“Lo que más me sorprende es que la enfermedad no me impida de momento interesarme por las cosas de los demás”[4] y ¿por qué debería hacerlo? Equivocadamente creemos que por ser nuestra la vida se trata solo de nosotros; sin embargo, son muchos los que la coprotagonizan y dan sentido a ella. Es entonces que nuestra vida no es más que las vidas de los demás (así como nuestra alma no es más que todas las almas).

Cromer-Blake nos enseña, tanto a los lectores como al protagonista, un descenso valiente. Deja al español los recuerdos de una buena amistad y regala a su tránsito en Oxford la experiencia de un amor lo suficientemente breve para no dejar de ser memorable. Reflexiones como las que contempla en sus últimos pasos son los paréntesis humanos que, busquemos o no, pocas veces encontramos.

Pasado el inicio, se presenta en la novela un personaje que adelanta un tema predominante en el libro: los miedos. Alan Marriott, concebido siempre junto a su perro, es mal visto por ser irlandés, novelista y desenvuelto. Protagoniza un paréntesis en el cual parece absorto y decidido a comenzar una historia, pero, como todo paréntesis, es breve. Bebiendo de un trago toda la espuma de su cerveza, en una conversación con nuestro querido español, dice: “Los horrores (…) [d]ependen en buena medida de la asociación de ideas. De la conjunción de ideas. De la capacidad para unirlas”[5].

 ¿Puede que exista persona que no haya conocido el temor por no asociar las ideas justas? La respuesta, si la otorgara Alan Marriott, sería afirmativa. Lo que nos aporta este personaje es la verdad que pocas veces queremos ver; pues, son muchas las ocasiones en que nuestros temores resultan del autosabotaje de una mente sobre pensante.

Para interpretar esta enseñanza el protagonista sirve de espejo a los lectores. Tras cuatro semanas sin Clare Bayes deambula sin rumbo por las calles de la ciudad y teme en sus salidas ser, con el tiempo, familiar al paisaje de los mendicantes. Sin embargo, con el pasar de las páginas, se demuestra que no hay temores que el tiempo no ayude a dominar. Es una opinión común, hasta un refrán, decir que el tiempo lo cura todo, pero no lo creo así. Si bien son palabras que traen calma instantánea a quien sean dedicadas, su efectividad reside en lo sencillo que nos resulta delegar a una idea abstracta (el tiempo) la responsabilidad y trabajo de sanar que corresponden a nadie pero a nosotros, los que sufrimos. Porque creo injusto dar mérito a lo que no ha decidido en algún momento seguir adelante y superar miedos o barreras, dar reconocimiento a algo que no va a suceder al menos que nosotros decidamos que suceda, pues el tiempo es de ayuda; pero no es la causa de la superación, es la instancia temporal que nos lleva a ese punto final que solo el humano conoce por camino y destino, por ello convengo en la palabra ayudar pero no curar. Por lo tanto, si bien pueden parecer reales nuestros miedos muchas veces no lo son (al igual que los refranes).

Toby Rylands, el genio literario que parece solo decir verdades, tiene en la obra un paréntesis difícil de ignorar. Declara, entre patos y cisnes perezosos, querer todo lo que tenga la vida para su destino exceptuando su fin. Ser consciente de lo próximo lo aturde y envidia al viejo portero de Tayloriana, que aún más cerca del descenso, parece nunca haber transitado la vida de forma tan liviana como lo hace entonces.

Perdido en el tiempo Will es el único a quien el español reconoce la virtud de tener una mirada pura; mientras que Toby Rylands es la única figura que aparenta ser algo que no es. Al final resulta que no todo lo que decía eran verdades, justamente, porque es imposible conocer a alguien que lo haga. No porque las verdades no existan, sino porque las verdades que se adjudique cualquiera en su discurso frente a otro son usadas, modificadas o sobre pensadas, las verdades puras, sencillas, transparentes e irrefutables son las menos, las infravaloradas, porque radican en lo ordinario de nuestras relaciones que son pasadas por alto (como los paréntesis) y se alinean frente a nosotros sin ser vistas o lo son; pero ignoradas, pues tristemente todos parecen buscar una verdad sin que alguien se conforme con las que nacieron junto a nosotros, esos aciertos tan claros que parecen no ser verdades por ser demasiado reales. El personaje deja en claro, para nuestras próximas relaciones y las del protagonista también, que no todo lo que parece ser verdadero es cierto si bien todo lo que es cierto algo puede tener de verdadero; aunque lo verdadero es algo que perdamos (muchas veces) por no creer cierto.

Finalmente, no puedo prescindir del alma que más me cautivó en esta historia y cuyo paréntesis no alcancé hasta las últimas páginas. Clare Bayes, un ser “expansivo, excesivo, un ser nervioso, uno de los seres para los que no está hecho el tiempo (…) necesitados como están de fragmentos de eternidad (…)”[6], es de todas las almas la más imperfecta y por ello la más humana: un personaje cuya mirada no trae velo, pero sí esconde secretos; una personalidad que busca en la temporal estadía del protagonista respuestas a preguntas que puede que jamás responda.

En su primera presentación dice: “Nos condenamos siempre por lo que decimos, no por lo que hacemos. Por lo que decimos o decimos que hacemos, no por lo que dicen los otros ni por lo que hemos hecho”[7]. Creo que en realidad nos condenamos por todo cuando no por algo en especial. En el caso de Clare Bayes diría que se condena por nada que haga, diga, digan o digan que haga; porque a diferencia de todos Clare Bayes sí se condena por algo en especial.

La atormenta el pasado en los rieles de ese tren en India. Teme asociar ideas justas que dieran con su mayor miedo…repetir la historia que le quitó a su madre. Lo que trae esta personalidad a la mesa es diferente por no decir indefinible. No será del todo presente, pero no es una madre ausente; como tampoco es del todo fiel; sin embargo, no siento tampoco que sea al final una esposa del todo infiel (se trata de dos personajes, Clare Bayes y Edward Bayes, que siendo dos son uno, pero no dejan nunca de ser uno siendo dos y puede que por momentos decidan ser uno sin ser dos, pues ambos tenían amantes, pero al final parece que Clare Bayes siempre querrá volver para elegir ser uno siendo dos). Un paréntesis que se encuentra aún abierto y por ello resulta difícil cerrarlo.

Concluyo de todo lo expuesto que la vida nos concede la oportunidad de entenderla a través de otros. Creemos vivir para los comienzos y los finales, pero descubrí en Todas las almas que son los paréntesis (las almas y sus momentos) los que más valen. Cuando conozcamos a la próxima persona que se haga en nuestro camino, espero no hacer de ella conclusiones apresuradas ni principios indelebles. Espero ser lo suficientemente paciente para transitar, si lo vale, sus intermedios y sus grises; comprender “el medio” de su vida y presenciar de ellas reflexiones, confesiones y miradas sin velos. Espero, por sobre todo, no olvidar que todos ellos (los paréntesis) son humanos.

Pilar Moreyra (20 años)

Estudiante de Derecho     

moreyrap.cs@gmail.com

***

[1] Marías, Javier, Todas las almas, Buenos Aires, Alfaguara, 1989.

[2] Madrid, 20 de septiembre de 1951.

[3] Marías, Javier, Todas las almas, Buenos Aires, Alfaguara, 1989.

[4] ĺdem.

[5] ĺdem.

[6] ĺdem.

[7] ĺdem.