El Niño de la Bola: El amor sin pasión, ¿es verdadero amor?

Por Agustina Janka.

“Un drama romántico de chaqueta y rigurosamente histórico” es cómo el autor de El Niño de la Bola nos anuncia, en las primeras líneas y a modo de adelanto, la esencia de la que podría ser una de las últimas novelas pertenecientes a los restos sobrevivientes del género romántico. Sin perjuicio de los claros tintes realistas y costumbristas impregnados a lo largo de la narración, no se requiere mucho esfuerzo para dilucidar que este trágico drama español se encuentra saturado de elementos propios de la literatura romántica. De todos aquellos, optaré por enfocarme en la peculiar personalidad del personaje central de la obra: Manuel Venegas, apodado, por la generalidad de su pueblo, “el Niño de la Bola”.

En los capítulos iniciales de su obra, el escritor andaluz nos regala minuciosas descripciones fieles a la semántica del Romanticismo, para cuya redacción parecería posicionar una lupa gigante sobre el objeto de representación, a fin de no descuidar ni el más minúsculo detalle. La presentación que Alarcón nos ofrece del protagonista, despierta en el lector la tradicional curiosidad que suele nacer ante la primera aparición del inconfundible héroe romántico, perfil que Manuel Venegas parecería encarnar a la perfección. La “varonil hermosura de su cara”, su “boca escultural, clásica, napoleónica” y su mirada, que reunía “la temible majestad de la del león, la fiereza de la del águila y la inocencia de un niño”, son solo algunas de las cualidades que permiten al lector familiarizarse con quien, avanzada la trama, se convertirá en un héroe noble, sensible, valiente y melancólico, pero eventualmente seducido por pasiones desenfrenadas. Las adversas circunstancias vividas por este huérfano de ascendencia nobiliaria durante sus primeros años de vida, irán gradualmente condicionando su personalidad adulta, causa remota pero segura de su desenlace fatal.

Esta historia no carece, como era de esperarse, de una trágica historia de amor. La heroína fallida, en este caso, es Soledad, apodada la Dolorosa, por quien Manuel siente un amor tan fuerte como el “furor de los huracanes desencadenados”. Pero es este un amor imposible que nunca fue, viciado de raíz, condenado a un desgraciado destino. Desde su temprana infancia, Manuel siempre supo que el único amor que cabía en su corazón era el de Soledad, hija del aborrecido usurero Don Elías, apodado Caifás. Durante toda su vida, el padre de Soledad se empeñó en actuar como un auténtico muro entre los dos jóvenes, ya sea por viejos resentimientos hacia la familia Venegas, o por la excesiva protección hacia su bella y mimada hija, tesoro más preciado de su vida. Esta estorbadora oposición desencadenó una serie de tensiones y enfrentamientos que culminaron en la huida solitaria de Manuel a las tierras prometedoras de América. Finalizada su aventura por el Nuevo Mundo, el esperanzado personaje decide, luego de ocho largos años, retornar a su tierra natal para, de una vez por todas, contraer matrimonio con su adorada y compartir con ella toda la riqueza adquirida en su extenso viaje. Sin embargo, pronto descubrimos que el Manuel postravesía lleva consigo una notable transformación: el semisalvaje protagonista retorna a su pueblo ateo, escéptico, librepensador y más romántico que nunca. Percibimos, de esta manera, un nuevo Venegas, despojado de aquellos antiguos valores cristianos que tanto le inculcaron, y firmemente decidido a casarse con la Dolorosa, a quien pertenece su corazón“como la piedra es del suelo”. Pero para sorpresa del lector, no pasa mucho tiempo hasta que aquel descubre que, durante su ausencia, su amada había contraído matrimonio con otro hombre y dado a luz a su primer hijo. Esto, sin lugar a dudas, fue la gota que rebalsó el vaso para corromper por completo la frágil estabilidad emocional del protagonista de esta historia.

Para responder a la pregunta planteada en el título de este trabajo, es menester, en primer lugar, expresar mi opinión personal acerca del sentimiento que el Niño de la Bola tiene por su “amada”. Según mi sentir, aquel no es más que un amor egoísta e individualista, una especie de capricho que el desequilibrado protagonista quiere satisfacer a costa de todo. De Alarcón, a través de la figura inestable de Manuel Venegas, pareciera querer representar el desenlace fatal que espera al hombre si se desentiende de ciertos valores morales y religiosos. Esto es exactamente lo que le sucede al aludido personaje: lo que en principio pareciera ser un naciente amor sincero y medidamente pasional, se termina convirtiendo en una obsesión enfermiza, llena de sentimientos resentidos y vengativos. Hacia el final de la novela, ya no queda ni la más mínima fracción de amor verdadero, y esto se debe a una serie de factores que progresivamente fueron descarrilando el alma de Venegas, hasta culminar en la cantada muerte de ambos amantes. Esta idea se robustece teniendo en cuenta que la pretendida amada no manifiesta en ningún tramo de la narración siquiera un signo que permita al lector intuir algún sentimiento lejanamente similar al que Manuel siente por ella.

Con todo esto, lejos está mi intención de querer negar que el amor pasional sea verdadero. Claro está que Manuel Venegas siente un fuerte amor por Soledad, por no decir un amor desenfrenadamente pasional. Pero el problema radica en la medida de aquella pasión. El amor hacia Soledad no es verdadero porque su pasión es desmedida; araña lo irracional. En mi pensamiento, el amor, para ser auténtico, requiere posicionarse en un punto intermedio y equilibrado entre la carencia absoluta de pasión y la pasión descarrilada al estilo de aquella que atormenta a Manuel. Sin más, procederé a describir ambos extremos.

Comenzando por el amor excesivamente pasional, tenemos a mano el ejemplo de nuestro protagonista. Más precisamente, lo que siente aquel no es estrictamente amor, sino una pasión carente de amor. La pasión nos puede orientar a actuar sin consideración de nuestros fines, e incluso es capaz de alterar o deformar la captación de la realidad. Varias tesis aristotélicas y tomistas abordan el tema de las pasiones humanas. Obras tales como la Ética a Nicómaco, el De Anima, la Retórica yla Suma Teológica, aportan interesantes reflexiones acerca de cómo las pasiones influyen en la conducta humana y en la formación del juicio. Más allá de los distintos propósitos de las obras enunciadas, y en conformidad con la línea de opinión de los sugeridos pensadores, la pasión que siente Venegas es, en términos tomistas, “antecedente”. Esto se debe a que aquella se ha originado con independencia de su juicio racional, es decir, es completamente ajena a sus potencias superiores. Según Santo Tomás, aunque la pasión se incline hacia la misma acción a la cual se inclinaría el juicio racional recto, cuando la acción es movida por la pasión, es menos voluntaria y, por lo tanto, es menos buena de entrada. Venegas constituye lo que para Aristóteles sería una persona “incontinente”: alguien con ideales nobles, con claro conocimiento de lo bueno y lo malo, pero débil de carácter. Por ejemplo, el incontinente tiene bien claro que no es bueno involucrarse en una sangrienta lucha con el esposo de su amante. Pero si ocasionalmente se lo encuentra en la calle, se olvida de lo que sabe y quiere, elige y hace lo que le dictan sus pasiones. “En el momento de la tentación, su deseo nubla el juicio recto de la inteligencia, y la impulsa a razonar en conformidad con tal deseo, aunque no sea ordenado según la razón”. Es exactamente esto lo que sucede en la escena final de la novela: Venegas no puede controlar sus deseos de venganza y decide volver a su pueblo para exteriorizarlos.

Por su parte, tenemos el amor sin pasión, rasgo característico de las civilizaciones contemporáneas. Algunas notas distintivas de este precario sentimiento son: la fugacidad, la frialdad, el placer superficial, el rechazo al compromiso, la intolerancia y el egocentrismo. En una relación de tal naturaleza, cada individuo se preocupa por sí mismo, y deja en segundo plano las inquietudes e intereses del otro. El amor sin pasión no logra trascender el presente, es decir, está condenado, desde su inicio, a una rápida caducidad. Tampoco trasciende el “yo”, no conlleva una entrega al otro, no representa un “nosotros”.

Las razones enunciadas permiten concluir que el amor, para ser verdadero, sí requiere del elemento pasión, pero en una medida equilibrada. Como nos suelen enseñar desde la niñez, todo exceso es malo. Como bien ha señalado Le Bon, “[c]uando se exagera un sentimiento, desaparece la capacidad de razonar”. Comparto plenamente que el equilibrio es necesario en absolutamente todos los aspectos de la vida, y, en este sentido, el amor “de pareja” debería llevar consigo un balance entre los amantes, un compromiso, un interés en la persona que está a nuestro lado. No es, por el contrario, una relación egocéntrica en la cual buscamos en el otro un beneficio propio. El amor real está acompañado de esperanza, de servicio, de aspiraciones, de madurez, de paciencia, de intercambio, de generosidad y de confianza. Todas estas reflexiones nos ayudan a descubrir el porqué de la tesis que afirma que el sentimiento que Manuel Venegas tiene por la Dolorosa es un amor imperfecto.Cabe afirmar, en conclusión, que es la pasión controlada lo que contribuye a que un amor sea verdadero.

Agustina Janka

agusjanka@hotmail.com

Bibliografía

Antonio Malo Pé.“La antropología tomista de las pasiones”. 2011. Pontificia Universitá della Santa Croce (Roma).Consulta: 25/04/2021 (http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-66492011000100006).

Enrique Rubio Cremades. “Las estructuras narrativas en El Niño de la Bola, de Pedro Antonio de Alarcón”. 2019.Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Consulta: 25/04/2021 (http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/las-estructuras-narrativas-en-el-nio-de-la-bola-de-pedro-antonio-de-alarcon/html/dcc47368-2dc6-11e2-b417-000475f5bda5_4.html#I_0_).

Eva Florensa. “El Niño de la Bola y la fisiología de la novela decimonónica”. 2007. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.Consulta: 25/04/2021(https://www.researchgate.net/publication/39519223_El_Nino_de_la_Bola_y_la_fisiologia_de_la_novela_decimononica_I/fulltext/0e607c1af0c46d4f0ac937ed/El-Nino-de-la-Bola-y-la-fisiologia-de-la-novela-decimononica-I.pdf).

Gustave Le bon. La psychologie des foules (La psicología de las masa). 1895.

Luis Fernando Garcés Giraldo y Conrado de Jesús Giraldo Zuluaga. “Emociones en Aristóteles: Facultades anímicas en la formación de las opiniones y de los juicios”. 2018.Universidad La Gran Colombia. Consulta: 25/04/2021 (https://www.redalyc.org/jatsRepo/4137/413755833007/html/index.html#:~:text=707).&text=Para%20Arist%C3%B3teles%2C%20el%20amor%20es,(Arist%C3%B3teles%2C%202010b%2C%20p).

Patricia Astorquiza. “Interacción entre la razón y las emociones en el ser humano según Santo Tomás de Aquino”. Universidad Santo Tomás (Chile). Consulta: 25/04/2021 (http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1657-89532008000100009#21a).

Pedro Antonio de Alarcón. El Niño de la Bola. 1880.