El Niño de la Bola: Una mirada crítica al amor contemporáneo.

Por María Victoria Guerricagoitia.

¿Qué es lo primero que se nos representa cuando hablamos de amor? A mi corta edad, en lo primero que pienso es: amor romántico, amor de pareja. Es difícil cuando se nos habla de amor, pensar que está en todos lados, que uno puede amar y ser amado sin tener una relación de pareja. Existe el amor filial, fraternal, entre amigos, amor propio, amor por nuestra profesión u oficio, por Dios o tantas otras cosas por las que sentimos enorme aprecio y devoción. Podemos amar y aprender a amar viendo a otros hacerlo: a nuestros padres, hermanos, abuelos, amigos.

 El Niño de la Bola es una novela española del siglo XIX — 1840— que narra el drama romántico que vive nuestro protagonista —Manuel Venegas— en tierras andaluzas. La historia cuenta la vida de un joven cuyos infortunios lo llevan a desterrarse de su lugar natal, en busca de fortuna y riquezas materiales; su solo objetivo: volver una vez hecho hombre para recuperar el orgullo de su familia y el amor de su amada, Soledad, pagando lo adeudado a Caifás (adinerado riojano), progenitor de Soledad y principal obstáculo de su relación.

Su autor, Pedro de Alarcón, influenciado por el romanticismo español, nos plantea la historia de un joven que representa el carácter de un hombre romántico; un claro tinte individualista, rebelde ante una realidad injusta, pero a su vez con un profundo espíritu idealista, en busca de la perfección. Todo esto explica su anhelo por alcanzar el amor de Soledad, hacer su fortuna y recuperar la vida —infancia— perdida.

El Niño de la Bola me representó, no solo un drama romántico entre los protagonistas, sino que me enfrentó a una dura crítica de la realidad propia del siglo XXI; realidad de la que soy víctima y victimaria. Una realidad en la que se nos enseña que lo que no se hace con pasión, no es válido; no existe la idea de sacrificio y ni hablar si es por otro; se considera el compromiso hacia todo como una atadura, buscando encontrar, en todo, el camino fácil. Encuentro claros paralelismos entre esta realidad que describo y la de la novela; a Manuel le pesa, y no puede, hacer el sacrifico de dejar a Soledad[1], de aceptar su realidad y encontrar en ello el amor; amor representado en respeto y consideración tanto hacia su amada como a su marido —Antonio Arregui—.

El fundamento a esta crítica no solo parte de mi opinión, sino también de la actitud de nuestro narrador; se trata de un informador-narrador[2], que acompaña al lector, incluso muchas veces le habla directamente y sobre todo conoce el sentir de sus protagonistas[3]. A través de la obra, encuentro la crítica al hombre del siglo XXI, representado en el protagonista de este drama; un hombre “…dueño de sus pasiones, de sus apetitos, de su voluntad.” Pese a los esfuerzos del cura Trinidad Muley, sacerdote que asume la orfandad del protagonista y es quien a lo largo de la historia nunca deja de tener un rol parental hacia él; Manuel esta sesgado por sus pasiones, su individualidad y su falso coraje. Quien protagoniza la historia no es un verdadero triunfador, sino que como clara representación del hombre romántico es un soñador[4], pospone el enfrentarse a su amada, declarar su amor abiertamente y combatir las dificultades que conllevaría dicha actitud, frente al marido de Soledad, y principalmente con la sociedad. Por esto último, encuentro que la novela no solo tiene un tinte de romanticismo, sino que es ciertamente realista; el realismo español busca profundizar en la sociedad de la época, sus clases y costumbres con una ardua crítica. El autor, a través de los pensamientos y representaciones de sus personajes, reprocha fuertemente a una sociedad juzgadora e impertinente[5].

La forma de detallar y reconstruir la personalidad de los personajes, a fin de presentar una crítica, es propia de la forma de novelar en la época en la que se sitúa nuestro autor, y sobre todo propio de una corriente realista que incluye: la pintura de los caracteres; la descripción de las costumbres; la verosimilitud de la fábula[6]; pese al contenido romántico presente en la psiquis de los personajes. Esta forma de desarrollar las personalidades de los protagonistas, determinados por su ámbito vital, su herencia, familia y cultura también es propia del Costumbrismo, logrando representar al hombre de la época. La referencia al Costumbrismo se puede ver en la descripción de La Rifa[7] que hace Pedro de Alarcón.

No son menores la representación e influencia que tiene la religión en la historia, y el interés de su autor en hacerla conocer; en el cierre de la narración, se puede ver como muchos de los personajes buscan despertar en Manuel su espiritualidad, lograr que recapacite, que detenga el torbellino de pensamientos que lo atacan y despiertan sus peores sentimientos, incluso deseos de matar a su amada: “¡Manuel Venegas tenía que matar a la Dolorosa!”[8].

Pedro de Alarcón, me permite, a través de los personajes, reconocer distintos roles de la vida cotidiana: en el padre de Manuel —Rodrigo—, quien salva los documentos donde constaban las deudas del usurario del pueblo (incluyendo las suyas), logro ver al hombre honesto, que no tiene miedo de enfrentar la realidad que le toca vivir. Esta actitud frente a la vida se opone fervientemente a la de su hijo, quien escapa durante ocho años, para tratar de fingir ser alguien que no es, y que no logra ser. Al final de la historia se ve claramente, con el retorno de nuestro falso caballero a su pueblo, que son los mismos tormentos los que lo persiguen: temor a un pasado no afrontado, agravado por el intento de huir de ello y no enfrentarlo con las enseñanzas dadas por su padre y el clérigo. Es así que en este personaje veo al hombre actual; un hombre que solo busca la riqueza material; alejado de su espiritualidad, de la historia que nos hace ser quienes somos pese a las dificultades a afrontar.

Al hacer referencia a la cercanía que me presenta Manuel con el hombre actual, refiero no solo el afán de riqueza, vanidad, reconocimiento; sino sobre todo la ausencia de valores, la diferencia entre el bien y el mal[9], el “todo vale” o la famosa frase “el fin justifica los medios” que puede reflejarse en la actitud del caballero andaluz, quien en orden a lograr su cometido no solo no teme destruir una familia, sino renunciar a su fe, llegando al extremo de morir.

Por esto, me cuestiono si el amor sin pasión es verdadero amor; si la pasión con la que amamos algo, a alguien, nos puede llevar al extremo de perderlo. La sociedad contemporánea descuida las relaciones afectivas; algunos encuentran justificación en el fenómeno de las pantallas y en la ausencia de la alteridad, de otro, a partir del cual comenzar a ser y valorar.

Llegando al final me parece que la pregunta debería ser: ¿por qué no pensamos en el amor cuando decimos pensar en el amor?; ¿por qué pensamos que todo amor tiene que implicar pasión, una pasión desenfrenada en aras a un interés? Desde una visión por de más personal, me parece que hemos llegado al extremo de considerar que, si en el amor no hay pasión, en cuanto un desenfreno y afán de conquista, no hay verdadero amor. La pasión en términos de arrebato, una compulsión que calma la obsesión, en este caso de lograr a toda costa la unión con Soledad, en la que es prescindible amar a la persona para sentir pasión. El amor tiene que ser un impulso provechoso, creador que surge del encuentro con el otro, y, sobre todo, se nutre de un nosotros[10] .

Es decir, ¿por qué no un amor desinteresado?

La respuesta está en un nivel más ontológico, en el ser, dejar de buscar la belleza y atracción en las cosas con un mero carácter subjetivo; lo bello y atractivo como lo que me produce sensación de placer, bienestar[11], en el plano de lo finito[12]; sujetos a la tormenta emocional de lo inmediato[13]. Encontrar la vivencia con carácter intencional, apoyado en un verdadero sentido y fin; el fin da orden al proceso, da un por qué, siendo así duradero por estar apoyado en el otro.  Esto claramente implica un desafío, dejar de ver en los otros una mera utilidad, una relación de consumo para reencontrarnos, aunque esto suponga la dificultad de tener que detenerse y cuestionar qué buscamos y hacia dónde queremos ir.

Tanto Manuel como Soledad, me parecen claros reflejos de la realidad que se vive hoy; así el texto demuestra su actualidad pese a su la lejanía temporal. Ambos representan el ideal de lograr los objetivos personales sin límite alguno en la moral, la religión, tampoco en consideración de los propios sentimientos o de los del amado. Se trata de lograr el deseo individualista, cueste lo que cueste, logrando una especie de suicidio[14], una muerte trágica, pero sin sentido, dejando relucir así el mero capricho de los personajes. Al fin y al cabo, los protagonistas nunca dejan de ser niños…

María Victoria Guerricagoitia

vickyguerrica@hotmail.com


[1] “¡Para irme con ella!… ¡Para recobrarla!… ¡Para redimirla de su cautiverio!” Pedro Antonio de Alarcón. (1880). El Niño de la Bola. Madrid. Pág. 47.

[2] Ese rol luego es delegado en un personaje de la novela: don Trajano Pericles de Mirabel y Salmerón.

[3] Podemos hablar de un narrador en tercera persona, dentro de esta categoría un narrador omnisciente. Este subtipo de narrador es aquel que conoce todos los sentimientos de los personajes, lo que piensan; es un especie de Dios que todo lo presencia y conoce.

[4]  Bravo Vanegas, Sandra Milena; Cepeda Jiménez Adriana Paola; Milena Ángela; Sandoval González; Arias Gómez Fermín Eduardo. (2004). El hombre triunfado. Fecha de consulta: 16 de abril del 2021. Véase: file:///Users/mariaguerricagoitia/Downloads/Dialnet-ElHombreTriunfador-5599218.pdf

[5] “En la calle no se podía echar un alfiler; tan atestada se veía de artesanos vestidos de nuevo, de jornaleros vestidos de limpio y de caballeretes vestidos de moda.”

[6] Cremades, Enrique Rubio. Las estructuras narrativas en El Niño de la Bola, de Pedro Antonio de Alarcón. Biblioteca Virtual Cervantes. Fecha de consulta. 16 de abril del 2021. Véase: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/las-estructuras-narrativas-en-el-nio-de-la-bola-de-pedro-antonio-de-alarcon/html/dcc47368-2dc6-11e2-b417-000475f5bda5_4.html

[7] “…rifa, que entonces, como ahora, se celebraba en las afueras del pueblo, en una especie de arrabal de cuevas abiertas a pico sobre un anfiteatro de cerros de compacta arcilla, donde vive la gente más pobre de la población. Allí, las madres de las criadas que sirven en el casco de la ciudad colocan delante de su respectivo tugurio todas las sillas que poseen, a fin de que las ocupen los amos de sus hijas, convidados previamente a aquella fiesta, donde las señoras estiman mucho un buen sitio en que reunir tertulia al aire libre, lucir sus atavíos, ver la rifa y el baile, y hasta arrostrar las más encopetadas el deseado compromiso de bailar un poco, cual si fuesen humildes mozuelas de la clase baja.” Pedro Antonio de Alarcón. (1880) El Niño de la Bola. Madrid. Pág.21

[8] Ante el mal presente, se experimenta la pasión agresiva de la ira; autores como Santo Tomas de Aquino plantean la oposición entre deseos junto a la experiencia de pasiones contrarias en la interioridad humana, placer, tristeza, dolor y gozo, en el momento de la unión con el objeto apetecible.

[9]Malo… es todo lo que se hace sin alegría en el fondo del alma. Malo… es querer gozar o lucirse a costa de la dicha ajena. Malo… es temerle al dolor hasta el punto de causárselo al prójimo. Malo… es amarse uno a sí mismo más que a los que lloran demandando piedad. Malo… es preferir vengarse a complacer a un sacerdote. ¡Malo… es lo que tú haces conmigo en este instante. ¡Y bueno… es… lo bueno! La misma palabra lo dice. Bueno… es, por ejemplo, padecer con gusto para que los demás no padezcan; llorar de alegría cuando se ha quitado uno el pan de la boca para dárselo a otro; sacrificarse generosamente, perdonar…, vencerse, huir, morirse para que otros vivan…” Pedro Antonio de Alarcón. (1880). El Niño de la Bola. Madrid. Página 48.

[10] El psicólogo estadounidense Robert J. Sternberg dice que el amor tiene tres componentes: intimidad; pasión y compromiso (2019). ¿ Por qué a veces confundimos amor y pasión?. Lo mejor de Verme, El País. Fecha de consulta 17 de abril del 2021. Véase: https://verne.elpais.com/verne/2019/05/31/articulo/1559283474_981277.html

[11] “Los jóvenes de hoy, sin embargo, responden a las pautas burguesas de estabilidad, al refuerzo narcisista que da la autonomía y por qué no, a una alta cuota de disfrute.” (2019). Amor en tiempos de millenials: priorizan el bienestar y adoptan nuevos modos de conquista. Infobae. Fecha de consulta: 16 de abril del 2021. Véase: https://www.infobae.com/tendencias/2019/02/19/amor-en-tiempo-de-millennials-priorizan-el-bienestar-y-adoptan-nuevos-modos-de-conquista/

[12] Komar, Emilio. (1967). El tiempo y La Eternidad: lecciones de Antropología Filosófica. Ediciones Sabiduría Cristiana. Buenos Aires, Argentina. Pág. 234.

[13] Gualano, Clara. (2021). 7 criticas de las nuevas generaciones al amor romántico. Clarín. Fecha de consulta: 16 de abril del 2021. Véase: https://www.clarin.com/relaciones/7-criticas-nuevas-generaciones-amor-romantico_0_DY-Nus9lo.html

[14] Florensa, Eva F. El Niño de la Bola y la filosofía de la novela decimónica. University of Pennsylvania. Biblioteca Virtual Cervantes. Fecha de consulta: 16 de abril del 2021. Véase: cervantesvirtual.com/obra-visor/el-nio-de-la-bola-y-la-fisiologa-de-la-novela-decimonnica-ii-0/html/01a31d82-82b2-11df-acc7-002185ce6064_3.html