Las huellas trazadas en nuestra historia

Por Abril Flores.

Es hermoso pensar que en esta vida tenemos un destino, algo a lo que aspiramos y queremos alcanzar, muchos sueños que cumplir y un camino que trazar. 

Seguro a varias personas, de niños les hicieron la pregunta de qué querrían ser de grandes. Unos pocos sabían contestar, porque claro, ¿quién sabe realmente lo que quiere ser pasados los años? Al parecer, don Luis lo sabía. Pero la vida cambia, y con ello nuestras ambiciones, y llegado el momento, los deseos no son los mismos.

Don Luis de Vargas era una persona que desde chica siguió el camino de la fe.  Estaba en camino a ser seminarista, pero, como sucede en la vida, hay inconvenientes en el medio, y en este caso, el inconveniente es el romance. Acá es cuando se introduce la cuestión de si lo que sucedió fue producto de su falta de vocación, o resultado de algo extrínseco a esto. En lo que a mí respecta, la falta de vocación no es por causa del enamoramiento, y eso explicaré más adelante.

De niño, don Luis se va con su tío al “Seminario”, adentrándose en el camino del clericalismo, dejando su vida en el entonces pueblo de Andalucía. Cumplidos los veintidós años, vuelve a su pueblo natal con su padre don Pedro de Vargas, cacique y persona de alta cuna del lugar. La finalidad del viaje era una visita de poco tiempo, pero allí le deparan muchos desafíos que cambian su vida por completo.

Fuera del seminario, don Luis de Vargas, le envía a su tío Dean, cartas contándole sobre sus aventuras en el lugar, experiencias y pensamientos. Durante los primeros días de su residencia, don Luis se maravillaba por las ilustres cosas de la vida y la naturaleza; las creaciones de Dios. Observaba estupefacto cada cosa, y hasta llega a preguntarse si no está disfrutando mucho de los bienes terrenales. Acá es donde surge mi primer planteo.

Don Luis desde el principio le surgieron dudas sobre cosas habituales del día, llegándose a preguntar si no se desviaba de su “camino” a ser clérigo. “No quiero yo que en mí el espíritu peque contra la carne; pero no quiero tampoco que la hermosura de la materia […] me distraigan de la contemplación de la superior hermosura, y entibien ni por un momento mi amor hacia quien ha creado esta armoniosa fábrica del mundo”[1]. Aquí puedo observar un atisbo de desviamiento en su camino, o al menos, un pensamiento dubitativo de sobre cómo realmente piensa él que debería actuar y pensar ante las cosas de la vida cotidiana.  Finalmente concluye diciendo que “[…A]mar a Dios es amarlo todo, porque todo está en Dios, y Dios está en todo […]”[2]. Estas dudas rondaron una cierta cantidad de veces por su cabeza, logrando que concluya en que desde el principio había incertezas sobre su vocación.

En conexión con estas dudas, se suman situaciones de distanciamiento con sus costumbres sacramentales. Una persona que sigue el camino de Dios, pronta a ser seminarista, tiene costumbres que lo acercan más a Dios. Para lograr la carrera de sacerdote, se dan votos monásticos para distinguirse de los seglares, la finalidad de ellos es acceder a una vía espiritual para la salvación, mediante la abdicación de placeres terrenales. Estos votos son los de pobreza, obediencia y castidad.

Don Luis comenzó a distanciarse del voto de pobreza. Tal vez no denote tanto los mínimos cambios que se le fueron presentaron, pero igualmente sucedieron. Llegó un momento que él temía “materializarse” demasiado. Cuando rezaba no lograba concentrarse lo suficiente debido a la vida vulgar que iba adentrándose en él, y su alma no se elevaba profundamente a Dios, y sentía una sequedad de espíritu durante la oración.

Luego, podemos observar que el foco de su amor, fue tomando otra dirección y, en lugar de estar Dios en el centro de atención, iba apareciendo Pepita Jiménez. Al don Luis arribar en la ciudad, la gente lo visitaba y lo llevaba a realizar ciertas actividades. Obviamente al estar socializando, las personas cotilleaban sobre los chismes del pueblo, y uno bastante mencionado era la vida de Pepita Jiménez.

Pepita Jiménez era una mujer de veinte años, bella como ninguna otra, y la más codiciada del pueblo. Todos los hombres de la ciudad intentaban ganarse su mano, pero esta chica con su serenidad y calma, no le daba a ningún hombre el menor indicio de alguna segunda intención de su parte. Se relata en el libro que todos sus pretendientes la galanteaban, y ella a todos regalaba calabazas para demostrar su amistad y buenos modales. La historia de esta joven tiene un comienzo no tan apacible. Ella de pequeña vivía sola con su madre, en un estado paupérrimo. Un día se le presenta su tío don Gumersindo, hombre acaudalado y de alta sociedad en el pueblo, cuya edad rondaba por los ochenta años, a pedirle matrimonio. Ella con tan solo dieciséis años, quedó atónita ante tal propuesta, pero su madre vio en la situación una forma de salir de la pobreza y asegurarle a su hija un futuro más ameno del que ella podía brindarle; así que, sin rechistar, Pepita aceptó la propuesta.

Pasados los años, a Pepita se le muere el esposo y queda como la viuda de la ciudad. Cabe recalcar, que la tenían como una “santa” debido a que ella tenía muchas acciones de caridad y se la veía teniendo buenas obras con el prójimo. ¿Cuál es la razón de que destaque todo esto? don Luis al escuchar sobre esta mujer, comienza a prestarle atención, y a lo largo de sus escritos al tío, demostraba ciertos pensamientos que dan cuenta cómo él se iba alejando de su carrera en el seminario.

Don Luis al principio comienza a fijarse en ella porque era la mujer que el padre pretendía, entonces la veía como una futura “madrastra”. La comienza a observar y analizar, y veía en ella una mujer auténtica que de a poco lo iba embelesando cada vez más. Todo esto sumado a que surgían ocasiones donde ellos compartían cosas más íntimas, que tal vez con otras personas no hubiesen significado nada, pero Pepita Jiménez se comportaba diferente con don Luis, y esto hizo que él se cuestionara muchas cosas. Todo esto se lo contaba a su tío, y Dean le respondía como todo un consejero.

En una de las cartas el señor Dean le aconseja a don Luis no ligarse mucho en amistad con Pepita Jiménez, y esto incluso lo lleva a don Luis a crearse la duda en su cabeza si realmente ve a Pepita con otros ojos que no son los dignos de un futuro sacerdote. Ciertos acontecimientos suceden, y finalmente uno llega a ver que tanto Pepita como don Luis están enamorados el uno del otro. ¿Cuál es el problema acá? don Luis quería evitarlo a toda costa, él estaba dispuesto a dejarla con tal de seguir su carrera en el seminario.

Luis expresa sus inquietudes a su tío pidiéndole convencer a su padre de volver al seminario lo antes posible, que no lo retuviera más tiempo. Don Luis quería volver a acercarse a Dios porque sentía lo mucho que se había alejado de su fin, y así es cómo consigue que, para el 27 de junio, tuviera la fecha de partida; él mientras, se mantenía encerrado para no empeorar la situación, hasta que la dama de compañía de Pepita, Antoñona se mete a hurtadillas a su cuarto a darle un sermón.  Y aquí es donde debo introducir una de mis tesis, donde considero que a pesar de que no sea lo esperable, ni lo más adecuado, los argumentos de la gente respecto de nuestra vida, las criticas y comentarios, afectan rotundamente lo que pensamos y hacemos; más cuando uno está en un momento de duda y reflexión.

La charla con Antoñona llevó a don Luis a realizar algo que no era su primera voluntad, y ello desencadenó situaciones que él intentaba controlar y evitar a toda costa; pero ante una situación de aprietos, uno puede reaccionar irracionalmente. Lo que tuvo que hacer, era ir a la casa de Pepita Jiménez para despedirla y sacarla de su profunda tristeza; pero allí las cosas se complicaron más. La testaruda y egoísta de Pepita le argumentó de una forma muy directa lo “egoísta” que era don Luis por querer seguir su meta de vida, y no dejar todo por ella. Desconsolada le lloraba y hasta le decía que prefería la muerte, prefería que él mismo la matara, con tal de no sufrir el no poder estar juntos. Considero esta situación como un intento de “manipulación emocional” por parte de esta mujer. Queda claro que don Luis, al tener pensamientos santos y de querer evitar el mal, no iba a querer ser participe de la muerte de alguien querido, y tampoco de querer jugar con los sentimientos de otra persona.

A toda esta situación, don Luis le propone a Pepita tener un amor espiritual. Este amor espiritual consistía en unir almas y amarse eternamente, pero sin tener ninguna relación sentimental ni corporal. Considero que esta solución era acorde con lo que puede hacer un sacerdote, cumpliendo su voto de castidad. Finalmente, sus almas se encontrarían en el cielo, y se amarían el uno al otro como uno puede amar a Dios porque las almas son creación de él, y Dios está en todo. A esta propuesta, Pepita Jiménez, nuevamente egoísta, se negó rotundamente diciendo que no podía aceptar una relación así porque si quería algo de él, lo quería todo. Dejando a don Luis en una encrucijada, y con más juegos de palabras y sentimientos en el medio, don Luis cede ante Pepita y decide quedarse y amarla. Esta es una de las razones por las cuales considero que lo de Juan no fue falta de vocación.

Además, concibo que las personas somos seres cambiantes, y que recibimos estímulos extrínsecos a nuestra persona. No somos como nacimos, ni vamos a ser siempre de la misma forma; nos vamos formando a través de vivencias, situaciones, costumbres, etc. don Luis, al llegar a Andalucía, vivió cosas que en el seminario nunca iba a poder experimentar, y al llegar a un lugar completamente diferente con costumbres diferentes, y un modo de vida totalmente distinto, al experimentar todas estas cosas, había una inmensa probabilidad de que ya sus formas de ver la vida no fueran las mismas, ni siquiera sus ambiciones iban a quedar intactas. Acá es donde introduzco otro de mis pensamientos: él decidió su carrera desde chico, y como introduje al comienzo de mi escrito, no muchos pueden sobrellevar las metas primeras de la vida, porque reitero, somos seres cambiantes.

Creo que don Luis, antes de decidir ser clérigo, debió haber vivido y experimentado más cosas de la vida, porque era sabido que, al salir del seminario, algo así sucedería. Generándose dudas sobre su verdadera vocación y futuro de vida. A pesar de todas estas incertidumbres que tuvo en su visita por Andalucía, él estaba firmemente dispuesto a dejar todos sus sentimientos y dudas de lado con tal de volver a seguir su camino como sacerdote y predicador de la palabra de Dios.

Concluyendo, niego que don Luis haya tenido una falta de vocación a causa de su enamoramiento porque estaba dispuesto a sacrificar su amor por Pepita Jiménez. En cambio, creo que el hecho de que terminaran juntos, fue a causa de la obstinación de Pepita para conservar al único hombre que amó; incluso dudo que sea amor, yo mejor lo llamaría obsesión debido a que si uno ama de verdad, quiere lo mejor para la otra persona, y si lo mejor es seguir su camino aparte, es lo que debe dejárselo hacer y no retenerlo para uno.

Sí creo firmemente que don Luis tenía una vocación, si es que a esta palabra la definimos como “1. Llamada o inspiración que una persona siente procedente de Dios para llevar una forma de vida, especialmente de carácter religioso. 2.Inclinación o interés que una persona siente en su interior para dedicarse a una determinada forma de vida o un determinado trabajo.”[3]. Claramente don Luis tenía una inclinación profunda a seguir su camino de la fe, y dedicarse a esa carrera, pero la vida y las circunstancias le jugaron una mala pasada, alejándolo de todas las ambiciones que tuvo.

Abril Flores

abrilflores2008@gmail.com


[1] Valera, J., (1874). Pepita Jiménez, página 43.

[2] Valera, J., (1874). Pepita Jiménez, página 42.

[3]https://www.google.com/search?q=vocaci%C3%B3n+definicion&oq=voca&aqs=chrome.0.69i59l2j69i57j0l2j0i395l4j0.2862j1j7&sourceid=chrome&ie=UTF-8, 26/04/2021