El 2021 en novelas

Por Santiago Legarre.

Otro año de leer bastante. Otra gran alegría.

Arranqué con un “Masters 1000”: mi segunda novela de W. Somerset Maugham. (La primera fue The Painted Veil, una cortita, que me había encantado.) Se trata de Of Human Bondage y, según descubrí cuando llevaba por aquí y por allá el grueso tomo amarillo en mis brazos, es bastante famosa, entre cierto tipo de personas. Es mayormente oscura y deprimente, pero también adictiva y casi perfecta. Se inscribe claramente en una corriente a la que pertenecen Proust y Mann, Joyce y Woolf: un tipo de narración con poca narración, donde poco pasa y lo que pasa es casi irrelevante; una novela psicológica que apela a emocionar… y lo logra.

E.M. Forster es un autor bastante emparentado con los cinco aludidos en el párrafo anterior, aunque es más digerible e infinitamente más ágil que aquellos compañeros de generación y de género. De todos modos, mi cuarto Forster, The Longest Journey, es la novela más oscura y más difícil, de las suyas, que haya leído. Tal vez, pero no solo, por eso, me gustaron mucho más A Passage to India, A Room with a View (mi favorita) y Howards End. Digamos que The Longest Journey es como el Mansfield Park de Forster. Por eso tal vez se le pueda aplicar aquello de que “lo peor de los mejores es muy bueno”…

Tercer libro del año, cambio de idioma: un regalo de Giuseppe, que me esperaba en Miami cuando volví de Chicago: L’Apello, la cuarta novela de Alessandro D’Avenia y, para mí, la mejor. No tanto por cómo logra representar ingeniosamente los problemas de un ciego para ser profesor de secundario sino por los muchos pensamientos sugerentes, que desliza el autor, acerca del objetivo de la educación, maestro de escuela él mismo.

A continuación me embarqué en el río Mississippi con la lectura de The Missing, de Tim Gautreaux, un autor sureño que me recomendó el infalible profesor de la Universidad de Navarra Víctor García Ruiz. La pegó, Víctor, como siempre. Esta novela situada en Louisiana y parajes aledaños confirma algo predecible, pero a veces difícil de creer: que todavía se escriben libros excepcionales.

Este año me sumergí en la que quizás sea la aventura lectoral más grande de mi vida: la lectura de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Sin entera convicción, decidí intentar con el primero de los siete volúmenes que comprende la obra, Por el camino de Swann, aunque como lo hice en francés, para mí tuvo el título (mucho más enigmático, leído por un hispano parlante) de Du coté de chez Swann. En dos palabras, ¡me encantó!

En Kenia, y en seguimiento de mi política de poca lectura (o lectura liviana) durante los viajes, agarré un regalo que me había hecho el año antes un autor: Living on the Edge, un relato autobiográfico, a cargo de un personaje pintoresco de aquella querida nación africana: Jagi Gakunju. Entretiene y se deja leer. Lo reseñé para la revista Swara.

Para proseguir con la saga de Anne of Green Gables, me leí (como dicen mis sobrinos miamenses) Anne’s House of Dreams, que es la quinta entrega. Nunca defrauda.

Entonces pasé nuevamente a la lengua de Dante y leí Le cose semplici, la larga novela de Luca Doninelli. Me fascinó. Hasta tal punto que le propuse al autor que tuviéramos un diálogo público sobre el libro —lo que la gente llamaría un “debate”—. Increíblemente, aceptó, pero ya contaré de esto el año que viene. Le cose semplici puede pasar por una obra apocalíptica (y lo es), pero yo me quedé con el amor entre Chantal (una joven de unos quince años) y un hombre doce años mayor que ella. Ella es pura e inteligente (seguramente superdotada) y él… un hombre normal.

Ya he contado en estas páginas que me fascina Thomas Hardy, un autor tan original y tan barroco; tan precursor y tan transgresor en los temas que trata. Me sumergí en uno de sus libros menos conocidos, Desperate Remedies, una de mis típicas compras en Blackwells, mi librería de Oxford. Es una obra entretenida y atrapante; inverosímil —como lo son también Tess y Far from the Madding Crowd— pero, como dijo una vez Javier Marías, la realidad no suele ser la mejor fuente de inspiración para una novela.

Ya en el declinar de un año en el que adelanté mis vacaciones a diciembre (en razón de que afortunadamente me invitaron a dar clases en Estados Unidos en el verano), encaré el nuevo libro de Javier Marías, Tomás Nevinson. Supuestamente es una secuela de su anterior Berta Isla, y me gustó tanto como aquella, aunque, debo decirlo, el mismo planteo de la trama da asco, al menos a mí. Con eso de que algo es ficción, algunos autores se toman demasiadas licencias morales.

En las sierras cordobesas, el enclave de las vacaciones aludidas, empecé “Proust 2”, la segunda parte de La recherche, titulada A l’Ombre des Jeunes Filles en Fleurs, un título bellísimo, que se explica recién sobre el final. Solo comentaré acá brevemente la primera parte de este libro, sobre el romance entre dos jóvenes. La obsesión, la posesión, los celos: todo está escrito magistralmente y entendido a la perfección. Para el año próximo dejaré lo más logrado del libro: el encuentro de su protagonista innominado con las “jóvenes niñas en flor”.

Santiago Legarre

Lector 

53 años