Por Nazareno Guillermo Rios Reyes.
Mienten quienes dicen que jamás les ha interesado el “qué dirán”. No se puede negar lo innegable, y, aún así, existen quienes rechazan la idea de sentirse acomplejados con ese monstruo que nosotros mismos nos creamos. Llamémoslo así o ansiedad, inseguridad o miedo: da igual. Todo aquel que interprete estas letras sabrá que en algún momento convivió con ese ser; ese ente tan misterioso que nos pone una soga en el cuello y nos somete a una decisión crucial en el momento en que estamos a punto de proceder: ¿Estás seguro de lo que vas a hacer? ¿Tiene sentido lo que estás pensando hacer? Mirá que te van a criticar. Mirá que no te van a aceptar. Mirá que te van a juzgar. Mirá que bla, bla, bla …
Esa soga en el cuello es la que muchas veces nos coarta de ser, hacer o decir lo que sentimos que queremos. Lo llaman prudencia, a veces. Es raro. Limitamos nuestra consciencia a lo que ese monstruo nos advierte de hacer o dejar de hacer para poder buscar esa impalpable aceptación, pero resulta que, cada vez que aprieta la soga, nos perdemos más en lo que el monstruo quiere que seamos.
Y también mienten los que dicen que al monstruo se lo imaginan los introvertidos y los extrovertidos no. Mucho peor: mienten quienes dicen que el “qué dirán” es una cuestión de ciertas épocas y poblaciones pequeñas en donde reinan los juicios morales. En Doña Luz, obra de Juan Valera, se puede entender esto de una forma más sencilla, ya que, doña Luz, la protagonista de la novela, vive en un pueblo junto a don Acisclo (un pueblo que, vale decir, tiene todas las características donde importa mucho el “qué dirán”) y ella, ya desde los veintidós años ansía con irse a vivir sola, pero don Acisclo siempre se lo impide (con mucho cariño, nunca con desprecio). Y es que, ¿cómo ser indiferente ante la tristeza que don Acisclo afirma que sentirá si ella se va? Aquello mucho no importa en este discurso, pero lo que sí interesa es lo que don Acisclo siempre advierte luego de esto: ¿Qué pasará con el qué dirán? No podría ser admisible que, por más buena que doña Luz fuera, viviese sola como vieja solterona, o fuera, en las palabras propias de don Acisclo, ¡como una vaca sin cencerro!
Aunque, ¿por qué mienten los que afirman que el monstruo del “qué dirán” existe solo en los pueblos pequeños del estilo de la novela de Juan Varela? Los pueblos nunca deberían ser catalogados como los únicos juzgadores de mano firme. Incluso, muchas veces, se los tacha de conservadores por considerárselos como los únicos donde habita este monstruo. ¡Son más que mentiras! Villafría era otro pueblo que tiene lugar en Doña Luz, y, a pesar de que era muy liberal y avanzado en ideas, como lo describe el narrador omnisciente y en tercera persona de la novela, aun así, el Padre Enrique, un fraile dominico que toma lugar en la novela, era etiquetado como “hipócrita”, “carlistón” y “neo” por su obrar tan peculiar (permanecía siempre encerrado en el caserón del marqués, papeleando, bregando con libros, papeles, etc.).
Sin embargo, hasta acá, no se ha hecho mucho más que acusar de mentirosos a quienes afirman que el monstruo del “qué dirán” vive en ciertos lugares o que predica sobre determinadas personas. Lo importante es saber entrenar a nuestros sentidos para percibir que aquel está en todo momento y en cada situación, en mayor o en menor medida; en Don Acisclo o en Juan, que está por defender una tesis y no sabe si le agradará a su tribunal; en Villafría o en Londres, donde nadie está exento de ser juzgado por su raza; en Doña Luz o en pleno siglo XXI, donde, aunque nos vistamos de liberales, juzgamos con igual mano firme que en cualquier otra época pasada. Con esto tenemos en claro que siempre el “qué dirán” estará presente, no importa cuán evolucionado esté el tiempo, las personas o los lugares, siempre será una sombra presente en todo momento.
Y antes de abandonar estas líneas, cabría definir la importancia del “qué dirán”. ¿Es tan malo como parece ser? ¿No será, más que un monstruo, una parte de nuestra consciencia que discierne lo que está bien, lo que es acorde y aceptable en una sociedad? Porque difícilmente doña Luz sea juzgada en la actualidad de la misma forma en que don Acisclo temía que lo fuera en su tiempo, y es que, el “qué dirán”, en realidad, vive en nuestra mente y está teñido de todos los potenciales prejuicios de la sociedad en la que vivimos. El “qué dirán” supone una alteridad, sentir miedo, ansiedad o lo que fuere solo por la forma en cómo nos verá otro. También implica un entendimiento de la cultura y del tiempo en que vivimos. Una mujer no se sentirá del mismo modo con su vestimenta aquí que en Turquía. Un hombre no se sentirá del mismo modo con su forma vulgar de expresarse en un bar que en una junta de trabajo. En fin, los ejemplos son amplios y abundantes, pero es aquí donde se concluye que, el “qué dirán”, sí que tiene una importancia práctica en el día a día … Si no, ¡no sabríamos cómo adecuarnos a los contextos sociales!
Por ello, fallan quienes renuncian al “qué dirán” reaccionando con una manifiesta indiferencia cuando aquel se activa en nuestro cerebro para ponernos límites a lo que estamos por decir o hacer. El “qué dirán” tiene una importancia crucial para saber adaptarnos a las situaciones cotidianas de la vida; nos impone repensar lo que estamos por realizar para tomar mayor consciencia y poder justificar de nuevo por qué aquello es algo prudente o no. También mienten quienes dicen que el “qué dirán” sólo hace sufrir y limitar a las personas. Aquellas no son más que víctimas de los famosos extremos en los que se puede caer: o me preocupa demasiado lo que piensen sobre mí, o me importa poco y nada, y me abro al libertinaje. Siempre habrá que buscar el justo medio, permitirnos sentir esos estados de alerta en nuestro cerebro y darle al “qué dirán” la importancia que se merece. Nos aconsejará y nos hará más prudentes, pero cuando nos reduzcamos sólo a ello y percibamos que estamos dejando de ser quienes somos sólo para alimentar más al “monstruo”, allí será fundamental la superación personal y aprender también de aquellas situaciones. Porque, ¿qué habría aprendido don Acisclo si hubiese dejado de prestarle atención al monstruo del “qué dirán” y hubiese dejado libre de decisión a doña Luz? … Un enigma más sin resolver.
Nazareno Guillermo Rios Reyes
nazarenoriosreyes@uca.edu.ar