La ceguera del amor

Por Luciano González.

Love — well, not love at first sight,
but love at the end of the season,
 which is so much more satisfactory.
Oscar Wilde,
Lady Windermere’s Fan

Tengo que ser sincero: al momento de empezar este ensayo, descubrí que me resultaba imposible fundamentar por qué pienso como pienso cuando digo que el amor es algo más que un sentimiento puramente caprichoso, algo más que infatuación. Enfrentado a mi habitual writer’s block, decidí buscar la salida de él en las opiniones de otros.
Qué mejor que empezar por ese receptáculo de conocimiento que es la literatura: todos los grandes autores han escrito sobre el amor. De Homero a Borges, pasando por Shakespeare, Whitman; incluso el citado Wilde.
Creo que esto no es mera casualidad, sino que tiene una muy buena razón: todos estamos llamados al hermoso acto de amar, porque es parte de nuestra esencia. Pero más interesante que la universalidad de esa vocación es que ni siquiera esos genios de la literatura han logrado ponerse de acuerdo sobre el amor: ha habido tantas opiniones como escritores. Quizá sea porque todos vivimos esta experiencia de una manera distinta.
En fin, como no encontré en ellos un patrón, decidí dejar los libros por un rato para recurrir al auxilio de la vox populi―mis amigos―. Frente a mi inquisición, sus respuestas fueron igualmente variadas: alguno dijo que se enamora de su novia cada día (“muy lindo, pero no crees eso…” pensé; no me atreví a decírselo); uno no tuvo escrúpulos en afirmar que “el amor entra por los ojos”; otros, poco originales pero sinceros, me dijeron que todos los días se enamoran de alguna muchacha; y alguno incluso se atrevió a decir que si no te enamoraste con solo ver a una chica “no fuiste joven”. Pero otros cuantos fueron categóricos al negar que el amor fuese algo tan superficial; no fueron, sin embargo, tan categóricos sus argumentos: la mayoría se limitó a decir que el amor es algo más.
Podría parecer que esa predecible diversidad de opiniones no me serviría para avanzar en mi búsqueda de una respuesta. No obstante, la tarea distó de ser improductiva, porque me reveló que el tema radica en que veamos al amor como algo racional o no. ¿Y si el amor se deja llevar por la vista, se puede decir que responda a alguna razón profunda?
No creo que se pueda negar la existencia de un elemento ilógico en el amor, porque muchas veces al amor pareciera no importarle lo que pensamos. No importarle nuestras preferencias (si nos gustan las rubias, las morochas…), ni la edad, ni que seamos conscientes de lo que sentimos, y mucho menos importarle que lo comprendamos. Pareciera que el amor no sabe discriminar, que el amor simplemente es.
El amor no puede limitarse a eso. Lo que sí creo es que el capricho irracional de esa voluntad que dice “quiero” puede ser lo que dé lugar al amor. Pero si esa pasión quiere durar y poder ser llamado amor verdadero, necesita de algo más.
En línea con esta idea, un amigo me dijo una genialidad: el amor a simple vista es una suerte de inquietud del alma, mientras que el verdadero amor es certeza: inquietud que puede ser el comienzo de algo que lo supere; certeza de que “es ella” ―lo cual, según él, se materializa en una afirmación diaria de ese amor―.
Terminada mi labor de recopilación, dejé marinar estas ideas por unos días. De golpe, y sin aviso, vino la revelación: ambas posturas tenían en sí la verdad.
Porque es innegable esa necesidad que tenemos de encontrarle sentido y motivos a todo lo que hacemos y sentimos, y el amor no es una excepción a ese impulso tan humano.
Pero, a la vez, amamos. Amamos sin pedirle permiso a nuestro pensar. Amamos a alguien por cómo se ve, por cómo sonríe, por cómo se ríe, por cómo nos mira, por cómo habla. Y no podemos hacer nada contra ese amor, por más que toda nuestra consciencia nos implore lo contrario.
Entonces, el amor es la constante lucha entre nuestro lado racional e irracional: entre esa parte nuestra que busca comprender por qué amamos y aquella parte de nosotros que, simplemente, ama.
¿El verdadero amor se deja llevar por la vista? Mi respuesta ya debe ser evidente: uno puede enamorarse a simple vista, pero el verdadero amor implica algo más.

Luciano González (23)
Estudiante de Derecho
lucho.a.gonzalez@gmail.com