Miopía

Por Julieta Monteroni.

En El niño de la bola vemos cómo el sentido de la vista ocupa un lugar preponderante. Las descripciones que hace el autor de los personajes principales, Manuel y Soledad, se basan fundamentalmente en su aspecto físico, realzando su belleza. Asimismo, podemos ver cómo el sentido de la vista está íntimamente ligado al amor que surge entre ellos.
Manuel es un hombre de veintisiete años que regresa a su ciudad natal  —luego de ausentarse durante ocho años— con el fin de casarse con su amada, Soledad. Nunca antes habían podido concretar su amor debido a la rivalidad existente entre sus familias: Manuel sentía gran rencor contra don Elías, padre de Soledad, y lo hacía responsable de todas sus desgracias.
Es importante detenernos en este punto un momento para remarcar por qué tenía tales sentimientos hacia él. Diecisiete años atrás, una noche, la casa de don Elías se incendió y, como muchas personas tenían deudas con él, proclamó a los gritos que lo sucedido era obra de sus infames deudores, quienes pretendían quemar los recibos que acreditaban las deudas, para luego negarlas. El padre de Manuel era uno de estos deudores, pero como era un hombre honrado, quiso liberarse de las acusaciones que lo tachaban de estafador e incendiario y, en consecuencia, esa misma noche se dirigió hacia la casa en llamas de don Elías, ingresó, tomo todos los recibos del despacho de este y, al salir de la casa, se los entregó a don Elías. Luego de este episodio murió instantáneamente. Manuel quedó huérfano y, a causa de las deudas de su padre, fue desposeído de todos sus bienes.
Reanudando el tema sobre el amor entre los dos protagonistas, podemos decir que nació desde el primer momento en que se vieron, cuando él tenía trece años y ella once, y lo que conocemos de esa escena es que ella lo calificó de “hermoso” y él, según lo indica el autor, no hizo más que mirar a aquella encantadora niña cuyos ojos y boca prometían al mundo una mujer extraordinariamente bella.
Pasaron los años y lo curioso es que desde ese entonces Manuel y Soledad, aunque nunca tuvieron un intercambio de palabras, estaban enamorados o, al menos, creían estarlo. Toda vez que entre ellos no había habido más contacto que el visual, claramente no pudieron conocerse y, consecuentemente, no pudieron haber sentido un amor verdadero.
No puede negarse que, si bien no resulta determinante, el sentido de la vista influye como cualquier otro (o incluso más), pues lo primero que percibimos de otra persona ingresa por la vista y descubrimos qué nos atrae o no según la percepción de cada uno: no solo desde el punto de vista estético, sino también por las formas de actuar, de expresarse corporalmente y demás.
Pero claro está que no puede ser verdadero el amor entre dos personas que jamás se han tratado y que lo único que los atrae del uno al otro es la apariencia física (tal como es el caso de Manuel y Soledad) y que una vez que existe el amor y, ese amor es verdadero, no se deja llevar por el sentido de la vista. El amor, para no quedar estancado en ese primer enamoramiento, tal como sucedió en esta historia, tiene que ver con vivencias que involucran a muchos de nuestros sentidos. De quedarnos solo con el de la vista sería una relación imposible de sostener, porque si bien es el primer medio por el que percibimos cómo es otra persona, a la vez es el más distante, y si no está acompañado por el resto de nuestros sentidos y facultades, puede crear apariencias engañosas o espejismos.
Sin embargo, lo que resulta interesante es ver cómo el amor debería dejarse llevar por la vista en cierto sentido.
Simultáneamente con la historia de amor platónico entre ambos personajes, nos encontramos con el conflicto de Manuel consigo mismo. Habiendo quedado huérfano a temprana edad y sin bienes en su poder, no le queda más remedio que vivir de prestado en la casa de un bondadoso sacerdote que lo toma por hijo adoptivo. El hecho de tener que crecer de repente, el dolor reprimido por tantos años y el rencor contra quien fue el “verdugo” de su padre, desembocaron en que Manuel no estuviese completamente en su sano juicio.
El autor describe el carácter de Manuel como si fuera el de un león. Todo en él tenía carácter de prontitud y fuerza: así como su furia estallaba bruscamente, cesaba de la misma manera; de igual forma  pasaba de la cólera al reposo, del dolor al consuelo y de la venganza al perdón. A esto se le suma que Manuel, antes de irse de su ciudad por el período de ocho años, había jurado matar a quien se atreviera a conquistar a Soledad.
Una vez de regreso, se entera de que Soledad se había casado con un hombre llamado Antonio Arregui y que tenían un hijo. Esta noticia hace enloquecer a Manuel, que en un primer momento quiere arremeter contra todos ellos pero, inmediatamente, decide matar solo a Antonio y “perdonar” a Soledad, puesto que, a pesar de no haber hablado nunca con ella, sostenía que ambos estaban enamorados, que ella le pertenecía y que debía ser su esposa.
De esto se desprende que, visto desde otro ángulo, el amor para ser verdadero debe dejarse llevar por el sentido de la vista. Si Soledad hubiera observado realmente a Manuel, hubiese visto sus expresiones, su mirada, y hubiese estado atenta a los comportamientos y reacciones de él, se habría dado cuenta de que estaba completamente fuera de sí.
El sentido de la vista no solo sirve para distinguir lo que es considerado estéticamente bello de lo que no, ni solo para descubrir qué le atrae a cada uno en un primer momento, sino que además es la vía por la que ingresa el mayor caudal de información sobre quién está frente a nosotros y la primera que habilita a percibir características y conductas de otra persona. Es por eso que el sentido de la vista no debe ser apartado y, por el contrario, debe ser tenido en cuenta al igual que el resto de los sentidos. No tendría objeto pretender que el amor para ser verdadero sea ciego.
Finalmente, el desenlace acaba siendo trágico. Si bien Manuel logra recapacitar y no mata a Antonio, al recibir una carta escrita por Soledad, donde le confiesa que lo había amado desde siempre, él va en su búsqueda y, además de contemplarla como lo había hecho todos los años pasados, también la abraza. Pero la abraza “como al trofeo de toda su vida”, con tal fuerza que la ahoga y la mata (aunque sin darse cuenta de lo que había hecho) y, al ver esto, Antonio acaba con la vida de Manuel. Paradójicamente, ante el primer contacto no visual que existe entre los dos enamorados, el amor se termina.

Julieta Monteroni (22)
Estudiante de Derecho
juli_monteroni@hotmail.com