La metáfora detrás de “La invención de Morel”, de Bioy Casares

Es allí, en el impacto de la inesperada respuesta a la primera y obvia pregunta que la obra plantea, donde Bioy Casares esconde su verdadero mensaje, fuera de la vista del lector inadvertido. Es en el ansia de inmortalidad, allí donde la vida pierde su levedad, donde el relativismo se vuelve imaginario y la responsabilidad por tus actos cosa juzgada. Milan Kundera en la Insoportable levedad del ser  dice “El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni enmendarla en sus vidas posteriores”. Es la fugacidad de la vida, aquella que mitiga el peso de nuestros errores, la imposibilidad absoluta de corregir nuestros desvíos y la culpa como único reproche, como la única contraprestación que podemos dar en justicia a nuestra alma por haberla contrariado con nuestra ligereza.
Esa irresponsabilidad existencial debe ceder en aquellos que pretendan inmortalidad, pues sus actos serán objeto de constante repetición. Aquel que tenga vocación de trascendencia deberá elegir sus actos con precisión como si fueran a quedar atrapados por siempre en los discos de Morel, en las cintas cinematográficas de un documental, en las páginas de la Ilíada. La invención de Morel esculpe una metáfora con la hipérbole de la literal absorción del alma por las máquinas de representación. La realidad que esta metáfora significa nos muestra que el alma del sujeto trascendente es ajena a la intimidad de la conciencia y toma razón pública, pues tus pensamientos serán siempre objeto de desnuda exposición para la adoración de los espectadores de tu inmortalidad. En tanto y en cuanto desees que tus actos vivan por siempre, has de perder una porción de tu alma.
El eterno retorno de Nietzsche es un ejercicio mental sin sentido para el hombre que vive con levedad, pues él ha de vivir solo una vez. En cambio la teoría del eterno retorno, toma razón de conjuro para el hombre trascendente, pues los actos de su vida serán su pesado yugo, su inamovible pedestal donde los mortales lo han de adorar, pero ese pedestal siempre tendrá olor a la celda de su libertad. No hay que dejarse engañar por el brío poético, nada vuelve al fin, pero lo que dejamos a las generaciones futuras (ese egoísta regalo para la perpetuidad —para nuestra perpetuidad—), cuenta la historia de nuestras decisiones, y en ese relato eterno ellas toman su peso de plomo.
Bioy Casares intenta explicar, con un argumento que recurre al absurdo fantástico, el contenido moral de la teoría de Nietzsche. Es en nuestras decisiones donde vivimos eternamente, y la historia de nuestra vida es la versión extendida de la historia de nuestra muerte, y a esas elecciones les regalamos nuestra alma, y en el recuerdo más o menos fidedigno de estas, es donde imperfectamente viviremos por siempre.

Alejandro Battistotti (23)
Abogado
alebattistotti@hotmail.com