Notas al margen de “El revés y el derecho”, de Albert Camus

Por Alejandro Battistotti.

No es que el prólogo sea mejor que los ensayos, pero es más directo; tengo gran aprecio por los mensajes directos. De todas formas, en todo el libro hay reflexiones particulares sublimes y una gran reflexión casi metafísica, común a todo el libro, por la que la regla última del bien y del mal, la vida y la muerte, el revés y el derecho, es el absurdo del momento, el milagro por el que el mundo no se viene abajo en el momento en el que yo escribo estas líneas, o el instante aun más milagroso en el que el mundo tampoco se viene abajo mientras vos las leés. Empero, el milagro me deja con una sensación de vacío, no por la ausencia de verdad, sino porque es una verdad vacía (de ser, lo que dice Albert Camus, verdad).
Me gustaría ahondar en algunas reflexiones particulares:
Pág. 9: “Entonces era mejor aceptar el orgullo que uno tenía y procurar hacerlo servir para algo, antes que imponerse […], principios más fuertes que el propio carácter de uno”: vivir sin principios es tan malo como vivir con principios impracticables (por ser más fuertes que tu propio carácter), porque el resultado práctico es el mismo. La diferencia es que en este último caso tu culpa queda salvada, pero tu frustración queda sembrada también. Ambas categorías viven en tu cabeza, no le importan a nadie. Sos tan miserable como aquel que no tiene principios, quizás más.
Pág. 10: “Soy avaro de esa libertad que desaparece en el momento en que comienza el exceso de bienes”: Es una gran frase. No tiene, para mí, chapa de verdad. Primero, porque está dicha en primera persona, y es una apreciación estrictamente personal. Segundo, porque la libertad desaparece tanto con el exceso, como con el defecto de bienes. La libertad material y su expresión espiritual que es la moral dependen de un mínimo de bienes materiales, por nuestra misma naturaleza humana. La libertad y la moral son un lujo de los bien alimentados y de los bien abrigados. No hay libertad sin opción, no hay moral sin opción, y no hay opción allí donde hay necesidad impostergable. Es gracioso ver como los hijos y las sucesivas generaciones de ricos devienen en filántropos, pero todos olvidan que un antepasado pagó el precio moral de esa fortuna: uno de ellos se tuvo que ensuciar las manos en el fango, para que su prole tuviese delirios filantrópicos. Coco Chanel decía algo así como que la moda empieza donde termina la necesidad. La moral es perpetua moda espiritual, y es una secuela de la libertad de elección. La libertad no se apoya ni en la escasez, ni en la opulencia, sino en el justo medio y en lo prescindible de lo poseído o de lo carecido. En relación con lo imprescindible, no somos libres.
Pág. 11: “Uno hace máximas para llenar los agujeros de su propia naturaleza”: Esto, para mí, es una gran verdad. Uno crea máximas, y de ellas desprende sus juicios, opiniones y elecciones de vida. Por eso creo que cuando alguien da su opinión sobre vos o te juzga, no te está ni ayudando ni hundiendo, sino que se está auto-legitimando, usando tu caso para afianzar esa máxima y así endurecer el revoque con el que tapó ese agujero de su vida.
Pág. 15: “Como todo el mundo, intenté bien o mal, corregir mi naturaleza mediante la moral”: la destaco, pero mi opinión quedó bastante asentada en párrafos anteriores.
Pág. 18: “Que una obra del hombre no es otra cosa que esa larga marcha para volver a encontrar, por los rodeos del arte, las dos imágenes sencillas y grandes a las cuales el corazón se abrió por primera vez”: encuentro mucho de verdad en esta frase. Creo que la culminación de la formación de la personalidad de uno es ver cara a cara estas imágenes. Luego las sofisticarás, las redefinirás ligeramente, pero los núcleos de tu vida moral están conformados. Después de mucho sufrir adopté dos o tres: el poder sanador de la verdad a nivel espiritual, la sensatez como pauta de acción práctica y la prudencia como único cortapisa de mi naturaleza.
En cuanto al ensayo “La ironía” subrayé solo una frase, porque me gustó todo. Quizás fue, de los ensayos, el que más me gustó. Me inspiró profundamente ver a mi abuela, disminuida como está, mientras lo leía. Lo terrible, lo devastador de la vejez, me lleva a veces a no querer tener familia. Como un ahorro para el futuro, doloroso como todo ahorro, pero redituable al final. Me deprime la idea de ser algún día una carga para alguien. Sos una carga tan pesada que ni siquiera despertás odio, solo una indiferencia que de tanto en tanto hace nacer la irritabilidad en los que te rodean. También me trae la idea de vivir una buena vida pocos años. En fin, especulaciones inertes.
La frase: pág. 22 (in fine): “Los jóvenes no saben que la experiencia es una derrota, y que hay que perderlo todo para ganar un poco”: Esta frase me aplastó la cabeza. Es un presagio cruel que no llego a dimensionar, porque soy joven. Si fuese afecto a los tatuajes me la tatuaría para volver a leerla en varios años. Igual, soy de la opinión que la experiencia está sobrevaluada. Todo el mundo anda desesperado en busca de experiencia. Viajamos, salimos con desconocidos, desafiamos los límites de lo lógico… todo, para ganar experiencia, para tener algo más que contar, para buscar sentido, o para olvidarte de que no hay sentido alguno. Salir a buscar experiencia es salir a buscar al sujeto tácito. La experiencia no es la presa de esta cacería. Vos sos la presa de la experiencia. La experiencia viene por vos. No importa lo que quieras hacer de tu vida, la vida va a hacer algo de vos. Suerte es cuando los dos caprichos se concilian.

Alejandro Battistotti (23)
Abogado
alebattistotti@hotmail.com